Wanda Rutkiewicz practicó su pasión en los ochomiles junto a grandes alpinistas mexicanos. Elsa Ávila la recuerda y revive palabras que marcaron su vida.
Por: Elsa Ávila
Iniciar un nuevo camino en cualquier ámbito de la vida, siempre es toda una aventura.
Mi primera experiencia en el Himalaya trae consigo recuerdos de esfuerzo, trabajo, alegrías, frustraciones y un sinnúmero de sentimientos entre los que destaca la admiración hacia aquellos escaladores que pese a sus carencias, eran los mejores del mundo: los polacos.
No esconderé que me intimidaba su corpulencia, la dureza con la que sonaba su lengua, no entender nada; ese fue mi estreno en las grandes montañas.
Sabía que había una expedición femenina que intentaría subir el Nanga Parbat, envidiaba no estar entre ellas y me preguntaba ¿porqué yo rodeada de puros hombres? Fue entonces que supe de la existencia de aquella mujer, cuyos antebrazos y fuertes manos nunca olvidaré, aquella escaladora que siempre buscaba la manera de subir a donde sus sueños la llevaran. Yo quería escalar con ella, atarme a su cuerda, seguir sus pasos y llegar a inescaladas cimas como ella lo había hecho. Era muy conocida su forma ruda pero femenina, sabía cuándo usar cada uno de sus atributos.
Dos años después de esta evocación estábamos en las laderas del glaciar del Shisha Pangma, en una expedición donde Jurek Kukuczka buscaba terminar los 14 ochomiles. Para entonces su experiencia en altas montañas era como la de ninguna otra mujer en el mundo entero, y ahí estaba yo, al lado de la gran Wanda Rutkiewicz. Recuerdo su dulce voz cuando en la alta planicie tibetana me resguardaba dentro de la tienda, sin poder contener alimento en mi estómago. O cuando el día previo a llegar por primera vez yo a 8 mil metros, mi cuerpo cansado tiritaba de frío y ella se entregó a mantenerme caliente, alerta y sobre todo lista para lo que seguía.
Así, compartí con ella mi primera cumbre de más de ocho mil metros y aunque continuamos por caminos diferentes, cinco años más tarde nos encontramos de nuevo en otro ochomil: el Kangchenjunga, ambas queríamos ser la primera mujer en llegar a su cima. Ella ya rozaba los 50 años, pero su experiencia se notaba pese a avanzar con más lentitud.
Recuerdo estar rapeleando la pared de 800 metros en la vía Scott, su cabello lleno de copos de nieve y una sonrisa enorme diciéndome que gozaba tanto esa dificultad, que le recordaba sus escaladas en los Alpes, y entonces me confesó algo que yo nunca había compartido públicamente: “Elsa, eres la mujer más fuerte que he conocido en la montaña”… Memoria que guardo en mi corazón, pues fueron sus últimas palabras hacia mí, nuestras últimos saltos al vacío para llegar al Base, pues yo tuve que retirarme con congelamiento en las manos y ella, la gran Wanda Rutkiewicz, se entregó con todo lo que le quedaba a su CARAVANA DE SUEÑOS, a un sueño eterno del que nunca más nadie sabremos cómo concluyó.
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Wanda Rutkiewicz es considerada como la mejor escaladora del siglo XX e incluso para muchos, de la historia. Nació un 4 de febrero de 1943 en la actual Lituania, fue la tercera mujer y primera europea en alcanzar la cumbre del Everest el 16 de octubre de 1978, así como la primera mujer en escalar el K2, en una expedición dirigida por Lilliane y Maurice Barrard, quienes fallecieron en el descenso.
Wanda logró realizar ocho cumbres de los 14 picos más altos del mundo. En 1985, junto a Krystyna Palmowska y Anna Czerwinska, se convirtieron en el primer equipo femenino que escaló el Nanga Parbat. En el 89′ encumbró el Gasherbrum II con Rhony Lampard y, al año siguiente, el Gasherbrum I con Ewa Panejko-Pankiewicz. Asimismo, Rutkiewicz logró cumbre de dos ochomiles en 1991 y en solitario: el Cho Oyu y el Annapurna.
Su personalidad y determinación recibió rápidamente un gran reconocimiento dentro de la comunidad de este deporte, así como su deseo por practicar un alpinismo en el mejor estilo posible. En su intento invernal al Annapurna, en 1989, se negó a utilizar sherpas a pesar de que Wielicki intentó convencerla de que lo hiciera.
Su contacto con México, o para decirlo correctamente, con alpinistas mexicanos, se desarrolló por lo menos en dos ocasiones en la montaña. El 18 de septiembre de 1987, Wanda logró hacer cumbre en el Shisha Pangma, y en el equipo iban, nada más y nada menos, que los mexicanos Elsa Ávila y Carlos Carsolio; además del ecuatoriano Ramíro Navarrete (primer ascenso ecuatoriano a un ochomil) y el polaco Ryszard Warecki. Ese día, Ávila y Carsolio se convirtieron en los primeros mexicanos en alcanzar dicha cima.
El segundo capítulo en el que Wanda estuvo estrechamente ligada al alpinismo mexicano también fue junto a Carlos Carsolio. Sin embargo, en esta ocasión el desenlace sería trágico. En la madrugada del 13 de mayo de 1992, Carsolio y Wanda comenzaron juntos su ascenso al Kangchenjunga desde el campamento IV (a 7,950msnm). Tras doce horas de escalada, Wanda le indica a Carlos que continúe solo y éste llegó a la cima, convirtiéndose en el primer mexicano en lograrlo.
Después de su cumbre, Carlos descendió y encontró a Wanda a una altura entre los 8,200 y 8,300msnm, quien decidió hacer vivac empecinada a retomar la subida al día siguiente; sin ninguna clase de alimento. Exhausto física y mentalmente, el mexicano no pudo convencerla de descender con él. Carsolio fue la última persona en ver con vida a Wanda Rutkiewicz.
No te pierdas el siguiente video donde Elsa Ávila y Wanda Rutkiewiz planean su ascenso al Shisha Pangma.
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