Más allá de las disciplinas, los estilos y su ética, el montañismo da lugar a buceadores del mundo interior, un espacio inextricable y, en ocaciones, más amplio que las propias montañas.
Generalizar puede ser un acto prepotente y violento cuando una amplia gama de individualidades y particularidades se encajonan en un mismo espacio, disolviendo eso, sus diferencias. Al hablar de «el montañista» como una persona que de entrada ha de cumplir con ciertas características podemos caer en una generalización abusadora donde no todo mundo se identifica. Ahora bien, nadie negará que el montañista (el término correcto es, de acuerdo a la Real Academia Española, «montañero») es quien practica el montañismo.
La respuesta al «¿cómo se practica el montañismo?» revela, entonces sí, un sin fin de formas distintas. Está el alpinismo con estilo, el senderismo, la escalada tradicional, la deportiva, el mountain running, incluso el montañismo polifacético; y dentro de cada una de esas disciplinas hay éticas y normas distintas que dan lugar, incluso, a innumerables polémicas sobre «el cómo» se hacen las cosas.
Pero el «¿cómo?» no es el tema que se va a tratar aquí; vamos a hablar respecto a algo que de alguna manera «toca» a muchos (diríamos a «todos», pero no queremos generalizar) de los que practican el montañismo casi como una forma de vida.
Podríamos identificarnos con el estilo alpino, con el estilo ultraligero, con el estilo relajado al que los récords y marcas no le importan tanto como conectar con la naturaleza, con el estilo aventurero que busca los lugares más recónditos y solitarios, con el estilo que busca superar marcas sin importar tanto el cómo sino el qué, con la escalada de dificultad donde el objetivo es encadenar una ruta independientemente de la cantidad de pegues que se le haya que dar, en fin, la lista es larga, las opciones son múltiples y cambiantes, cada una con sus retos y sacrificios.
Sin embargo, la gran mayoría de montañistas han aprendido, aunque sea sólo por un momento, a bucear. ¿Bucear? Sí, no bajo las profundas aguas del océano, sino en su terreno interior. Practicar montañismo, es decir, poner a trabajar la maquinaría física (el cuerpo) para poder alcanzar un objetivo (una cumbre, un encadene, la meta después de un recorrido por senderos) a través de los paisajes de las montañas, el aire libre y sus climas cambiantes, da lugar a que el montañista se convierta en buceador.
Como un buceador de sí mismo, el montañista, mientras dirige su mirada hacia su añorado propósito, impulsado por el esfuerzo físico, pasa revista al estado de su espíritu en esos momentos de su vida. Es decir, de la contemplación del exterior (de las condiciones terrenales, de su cuerpo en movimiento), pasa a la contemplación interior.
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De alguna manera el montañismo es una actividad en la que se considera ese espacio íntimo como algo digno de análisis y exploración. Estar al límite, caer, levantarse, pasar hambre y sueño, encumbrar una cima, encadenar una ruta, alcanzar el final de un sendero y todas esas características inútiles de las que habla Lionel Terray en Los conquistadores de lo inútil, intensifican la experiencia interior, despiertan al yo interior.
El montañismo puede apasionarnos, engancharnos, incluso obsesionarnos, comprometernos, salvarnos, distraernos, pero también es, de alguna manera, un ejercicio de autoconocimiento. Entonces, el montañista tiene cuatro ojos, dos para contemplar los paisajes externos y dos para mirar su interior. ¿Cómo lo hace? Ya hemos dicho que de formas muy distintas y únicas; pero lo hace, casi, inevitablemente.
El montañismo descubre que la correspondencia entre el microcosmos que es el hombre y el macrocosmos que lo rodea no sólo posee una dirección hacia fuera, sino también hacia adentro. El hombre es, como diría Pitágoras, la medida de todas las cosas, pero hasta cierto punto: cuando su exploración, como la del montañista buceador, no sólo va de dentro hacia afuera, sino también de afuera hacia adentro, hacia su yo más íntimo.
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“Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los muchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas, y olvidaron mirarse a sí mismos.”
– San Agustín en las Confesiones
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wow me encantó!