Carla Gamboa es escaladora desde hace más de 13 años, actividad que le legó una gran pasión por el cuidado del medio ambiente. Actualmente estudia una maestría en la Universidad del Medio Ambiente y trabaja para la CSU Colorado State University en The School of Global Environmental Sustainability SoGES. La recibimos con todo el bombo y platillo a nuestro orgulloso equipo de colaboradores.
[dropcap size=big]M[/dropcap]i primer acercamiento con la escalada fue fortuito y azaroso. Un día me subí al muro que acababan de poner en mi gimnasio y, desde entonces, no he vuelto a bajarme.
Pasó poco tiempo antes de querer más; quería saber lo que era “escalar de verdad”, en la “vida real”. Después de batallar un poco, conseguí que alguien se atreviera a llevar a una principiante al monte; así fue como conocí Jilo. Mi sorpresa fue mayor: el lugar era majestuoso.
Pronto entendí de lo que se trataba, el porqué los escaladores no podían alejarse de la roca; estando ahí, en medio de los árboles, con el sol en la cara y la roca en mis manos, todo cobró sentido. Era como bailar con la roca. Mi cuerpo se movía al ritmo que me marcaba la ruta, mi cabeza no pensaba en nada más que en el siguiente movimiento, y entonces me enamoré.
Me sentí afortunada por recibir un regalo que sólo era para mí. Un regalo que algo superior me brindaba, la oportunidad que me daba la naturaleza de sentirla, de tocarla. Desde entonces yo no escalo por el grado, la fuerza, las fotos o la adrenalina. Yo escalo porque para mí, si hay un Dios, está en la roca; donde todo es perfecto, donde nada sobra, el viento sopla y me siento feliz.
Poco duró mi felicidad aquel día cuando bajé de la primera ruta y caminé entre las brechas; cuando empecé a ver basura, envases vacíos de agua, restos de comida, papel de baño, rocas pintadas, árboles lastimados… Sentí un dolor en el pecho al pensar en que son muchos los regalos que recibimos de la naturaleza y la forma tan torpe, egoísta y limitada con la que respondemos.
Los seres humanos dependemos de la naturaleza. Sin ella, nuestra especie no puede sobrevivir. Considero que esta es una razón poderosa para cuidarla, pero aún más los escaladores, porque somos esta raza que disfrutamos y tomamos, a manos llenas lo que la naturaleza nos da. Me parece deberíamos ser aún más responsables de cuidarla y de promover su cuidado.
A los escaladores nos sudan las manos cuando vemos fotos, cuando nos hablan de una ruta, cuando nos encordamos. Soñamos con los pasos del crux, nos aprendemos las betas, caminamos las brechas. Pasamos las noches de campamento alrededor del fuego, platicando nuestras anécdotas, comentando nuestros viajes y hacemos planes. Pero pocas veces nos damos cuenta de que detrás de todas nuestras increíbles experiencias, hay un protagonista silencioso que nos recibe siempre con gozo pero que sufre nuestro paso.
La roca que tanto amamos es parte de esta naturaleza de la que dependemos, pero muchos no la cuidamos. El propósito de esta columna es hacernos reflexionar sobre lo que podemos mejorar pero, sobre todo, invitarnos a actuar de una forma más responsable con nuestro medio ambiente.
La próxima vez que vayas al monte, intenta regresar con más de lo que llevas. Espero sean muchos “encadenes”, o aquello que te llene; que regreses rebosado de alegría, inspirado y lleno de energía, pero también regresa con la basura que encuentres, ya que así podemos mantener limpias nuestras zonas de escalada. Intenta no llevar botellas de plástico desechable, mejor lleva algún contenedor que puedas rellenar, no tires cigarros, papel, comida o bolsas de plástico (mejor aún si no las llevas). Así podremos regresar a la naturaleza un poco de lo mucho que nos da.
Respetemos y agradezcamos, que la roca siempre nos recibe con gozo. Hasta la próxima.
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