Reflexiones sobre la experiencia en las montañas como territorio de libertad, más allá de los géneros.
Hoy, como cada 8 de marzo desde 1975, se celebra el Día Internacional de la Mujer, día en el que se reafirma el legado histórico de los programas y objetivos acordados, en cada rincón del mundo, para mejorar la condición de las mujeres, más allá de las fronteras, los idiomas, las nacionalidades, las etnias, culturas y clases sociales.
Dentro del plano del montañismo, el camino recorrido por las mujeres a lo largo de la historia ha llegado, en muchas ocasiones, más allá de las cumbres. Ha sido en las montañas, a diferencia de lo que ocurre en otros ámbitos sociales, donde la igualdad de género se ha hecho realidad.
Hombres y mujeres de todas las culturas se han sentido profundamente atraídos y conectados con las montañas desde hace siglos y de formas muy diversas.
Es difícil situar la fecha en la que las mujeres sintieron por primera vez el llamado de la montaña, entendido como lo hacemos ahora, como la idea de llegar a la cima superando barreras físicas y mentales, para volver sanos y salvos.
Lo que sí es cierto es que las montañas, concebidas en su aspecto más natural, no entienden de géneros, no entienden de clases.
El montañismo no es masculino; tan pronto las mujeres comenzaron a aventurarse, mostraron sus indiscutibles capacidades. El montañismo tampoco es sólo de «primer mundo». En México, como en Argentina o Pakistán, las mujeres han demostrado que las barreras no existen cuando se proponen conseguir sus sueños.
Pero, ¿por qué las montañas son un lugar para la emancipación?
Sí, es verdad, la montaña no nos engrandece por sí sola, una cumbre no nos hace mejores ni peores personas. Son los valores de los hombres y las mujeres los que determinan la experiencia en la montaña.
Pero hay algo en la práctica del montañismo que propicia la emancipación, la liberación. Y es que en la montaña nos medimos, ante todo, con la fuerza de la naturaleza y en segundo lugar, con nosotros mismos.
En la montaña, por momentos, nos salimos de la vida cotidiana, sus estigmas, rutinas y patrones de comportamiento; situaciones en las que, fuera de la zona de confort, independientemente del género, la nacionalidad o la clase social, nos sentimos parte de un todo y, a su vez, nos sabemos vulnerables.
La montaña es un territorio de libertad, no únicamente de saberse libre sino de comprender que la libertad personal no sólo depende de nosotros, sino de nuestro entorno.
«Como escaladora, me he sentido conectada con esta cultura no conformista, que se opone al creciente materialismo, la contaminación y la corrupción de la sociedad. Nuestro enfoque de la escalada tradicional, con la menor dependencia del equipamiento, en cierto sentido era una extensión de este punto de vista ético.» – Lynn Hill
Mexicanas de montaña
La lista de mujeres mexicanas que han marcado la historia del montañismo de nuestro país es larga y difícil de abarcar aquí.
No obstante, cada una, alpinista, escaladora, bloquera, trail runnera, biker, han escuchado el llamado de la montaña y con su personalidad irreverente, en el mejor sentido del término, han sabido dejar atrás prejuicios, barreras y estigmas.
Por poner unos ejemplos, Elsa Ávila ha dejado un importantísimo legado por sus más de ocho expediciones a los Himalayas y la cima del Everest, en 1999.
Y de generaciones más jóvenes, María Fernanda Rodríguez, primera mujer en encadenar una ruta deportiva de grado 5.14. Lorena Dromundo, campeona panamericana de Mountain Bike, en un medio en el que hasta hoy en día está dominado por los hombres. Kari Carsolio, una de las trail runners más destacadas del país.
La lista continúa con una extensión tal, que esta nota no podría hacer justicia a cada una de las mujeres que, con títulos o sin ellos, han dejado su corazón en la montaña, abriendo un camino nuevo y lleno de posibilidades.
Hoy, en un 8 de marzo más, nos unimos no en celebración, sino en memoria y esfuerzo constante, por un mundo que, como la montaña, no imponga etiquetas en el ser humano.
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