Fotos: cortesía de Jorge Obregón.
Salir del estudio para pintar los volcanes de México al aire libre, pasión de uno de los más grandes pintores de paisaje en México: Jorge Obregón.
Jorge Obregón es un pintor mexicano apasionado por los volcanes del país que ha plasmado en extraordinarias obras que además de poseer una expresividad estética profunda, logran trascender como elementos vivos que hablan sobre el patrimonio y la historia de México.
Nacido en la Ciudad de México en 1972, Obregón inició su carrera como pintor en 1990 y actualmente es uno de los pintores de paisaje contemporáneos más destacados del país. Asimismo, es uno de los pocos artistas mexicanos que todavía realizan su labor creativa en espacios naturales y al aire libre, lo que lo convierte en un «pintor viajero y explorador» y que lo ha llevado a países como Ecuador, Finlandia, Japón y Estados Unidos. A continuación la entrevista que Freeman Outdoors le realizó a Jorge Obregón.
«Me gusta la pintura viva, real, la que representa los paisajes que observo y que abraza el horizonte, las atmósferas, la luz, así como los cambios de los entornos que habitamos.»
– jorge obregón
Freeman Outdoors (F): Jorge, cuéntanos un poco sobre cómo te iniciaste en la pintura y cómo surge tu pasión por el paisaje, por pintar los volcanes mexicanos.
Jorge Obregón (J): Desde pequeño tuve una inquietud por caminar en las montañas. Estudié artes visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM, a las afueras de la Ciudad de México, donde en el horizonte apreciaba los volcanes mexicanos. Allí, uno de mis principales maestros fue Luis Nishizawa, quien a su vez quedó con el legado de Dr. Atl. Él me invita a salir al campo para pintar y es de donde obtengo mi influencia, pues me muestra un nuevo camino donde la pintura ya no nace a partir de fotos sino de ir directamente a la naturaleza con el caballete, trabajar en vivo y al aire libre. De ahí surge mi trabajo de tesis «Los Volcanes de México: una experiencia al aire libre».
(F): Esta tesis de estudios, ¿te lleva a las montañas mexicanas?
(J): Sí. Fue una propuesta estética y plástica sobre el eje volcánico que va desde Veracruz hasta Nayarit, en donde ascendí todas las montañas que pude. Fue un trabajo que duró dos años por medio del cual realicé una investigación teórica y práctica. Para este recorrido, cuando todavía no existía internet, tuve que valerme mucho de fuentes fidedignas, por lo que me acerqué al Instituto de Geofísica de la UNAM para obtener información, así como de mapas del INEGI. A la manera antigua, fui buscando el sitio indicado para hacer los cuadros. Fue algo que enriqueció mucho mi trabajo.
Con mi investigación de tesis me adentro en las montañas, las camino para obtener otras vistas. Con esto comprendí los sitios que Dr. Atl había elegido para pintar, encontraba sus parajes o lugares que él escogía, por lo que mi tesis derivó no sólo en algo estético, plástico, sino como un testimonio del lugar.
(F): A partir de esto, viajas a distintos lugares con un propósito similar, plasmar las montañas. ¿A dónde te ha llevado el paisajimo?
(J): El primer viaje que tuve después de titularme en el 97′ fue a España, a los Pirineos catalanes donde estuve cuatro meses trabajando el proyecto «Luz del Pirineo Catalán». Diario caminaba y escalaba montañas para plasmar el cambio de la luz en la estación y de la que nació una exposición que realicé en Barcelona. Ahí conocí a la agregada cultural de Finlandia, quien me invita a dicho país para hacer algo similar. Dos años después, en el 99′ viajo a Finlandia donde realizo un proyecto sobre la luz de media noche -o Sol de medianoche- en la Laponia. Posteriormente presenté en México una comparación con la «luz de plata» del altiplano mexicano y el Sol de media noche finlandés en la Galería Lourdes Chumacero.
También tuve una beca de residencia en el Vermont Studio Center, en Estados Unidos, donde pinté dos montañas Apalaches mientras realicé el Long Trail con la luz de otoño. Posteriormente realicé una expedición científica a Ecuador. A raíz de los doscientos años de la expedición de Humboldt al volcán Cayambe, quien en el siglo XIX busca el punto más elevado del centro de la Tierra y no lo encuentra, Arturo Montero me invita en un expedición científica a este sitio. Fui el pintor de ese viaje donde generé toda una serie de cuadros que plasman las atmósferas del lugar. Fue muy interesante porque se estableció un vínculo entre lo científico y lo estético. Algo de lo que mi trabajo también se enriquece, porque de ello deriva un profundo entendimiento de las montañas. Por ello, la obra que hago se apega mucho a la realidad, pues no sólo busco una apreciación estética, sino geográfica e histórica.
(J): Hiciste un viaje a Japón, al Monte Fuji, ¿qué experiencia te dejó este viaje y que la acercó o alejó de tus experiencias pintando los volcanes mexicanos?
(J): Fui a Japón invitado por la Embajada de México para conmemorar los 400 años de relaciones entre los dos países. Mi propuesta fue realizar una exposición de los paisajes de volcanes de ambas naciones. Las obras que hice se encuentran inspiradas en el trabajo de Katsushika Hokusai. Recorrí 1,300 kilómetros alrededor del volcán Fuji por 20 días para pintar todas sus caras. Después reuní 50 piezas entre paisajes del Fuji y los principales volcanes de México.
Fue una experiencia muy importante reconocer cómo los japoneses, el budismo y el sintoísmo, están muy allegados a la naturaleza. Pertenecientes a religiones politeístas, ellos adoran y respetan las montañas de una manera profunda. Encontré un puente con las culturas prehispánicas en México, quienes también adoraron elementos naturales representados por distintos dioses. Esa relación, de comunión y respeto, fue uno de los aspectos que más me marcaron.
(F): Por otra parte, has realizado maquetas sobre los volcanes mexicanos; por ejemplo, la que se encuentra en el Paso de Cortés, ¿no es así?
(J): Exacto. Cuando comencé a ir a los volcanes mexicanos no sólo debía dominar técnicas del alpinismo, sino también saber leer mapas. Para poder incursionar, me di cuenta que no había mucha información, entonces busqué hacer mis propios modelos, maquetas a escala de las montañas con curvas de nivel pegándolas en corcho para que me diera el relieve en 3D. He realizado esculturas del Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, el Nevado Toluca, el Monte Fuji en Japón, en fundición en bronce. Esto me ha llevado a otras disciplinas que me permiten adentrarme mejor a las montañas.
Una de estas maquetas es la del «Izta-Popo», que se encuentra en el Paso de Cortés, hecha a escala 1:20,000 y que sirve para tomar referencias, conocer las rutas de acceso y que, finalmente, no sólo son una expresión plástica sino una obra útil que además sirve como memoria del lugar.
(F): ¿Qué otras técnicas usas?
(J): Soy pintor de paisajes, generalmente hago óleo sobre lino, acuarela sobre papel y carbón sobre papel. Pero al ver necesidades y carencias incursioné en otras disciplinas, como la tinta japonesa y la escultura. De la tinta japonesa, me interesó mucho aprender de los orientales el origen de la pintura de paisaje, que proviene de la religión Taoísta.
(F): ¿Quiénes han sido tus grandes maestros y pintores que te han inspirado?
(J): El principal fue Luis Nishizawa, paralelo a Nicolás Moreno, gran maestro de la escuela mexicana al aire libre. Otros más, sin duda, Dr. Atl y José María Velasco. Ellos son los que básicamente me han marcado.
(F): ¿Por qué es importante la pintura paisajista, además de su razón estética?
(J): Creo que el paisaje es una parte esencial del ser humano. No hay ser humano sin paisaje, como no hay paisaje sin ser humano. Es el punto en el cual estamos inmersos. En México estamos rodeados de montañas. En la Ciudad de México, por ejemplo, que está dentro del eje volcánico, convivimos con el paisaje volcánico. Pintarlos es una forma de extender el horizonte, es dar cuenta del valle donde vivo; todo eso es una cultura, una forma de vivir, es dejar como testimonio el lugar donde vivo.
(F): Ya que tocas el tema, ¿qué es para ti cultura de montaña?
(J): Para mi cultura de montaña significa equilibrio y armonía entre el hombre y la naturaleza en partes elevadas. Comprende desde el tema agrícola, hasta cómo viven los pastores en la montaña, cómo dependen del clima y del entorno. Para alguien que viene de la ciudad, cultura de montaña es aprender a adaptarse y adentrarse en esos entornos, en los conocimientos ancestrales, en la gente que vive en ella en equilibrio y armonía, y sin turismo excesivo. Como citadino, la cultura de montaña se da cuando te acercas y sensibilizas con la gente que vive ahí.
(F): Jorge, ¿dónde pueden los lectores encontrar obra tuya para apreciarla directamente?
(J): Por el momento hay un cuadro expuesto en el Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de México, en la exposición «Una visión de Anáhuac» que es un homenaje a Alfonso Reyes y que estará hasta mayo de este año.
También en el Museo Histórico de Palacio Nacional, en su exposición permanente podrán encontrar un cuadro mío de gran formato sobre los últimos remanentes lacustres del Valle de México, la zona de San Gregorio Atlapulco donde se encuentra una reserva de aves muy importante a la que llegan especies migratorias desde Canadá.
(F): Muchas gracias por la entrevista.
(J): Gracias a ustedes por el espacio.