Según los medios, los deportes outdoor son “extremos”, pero ¿es la adrenalina y el riesgo lo único que nos atrae de ellos y lo que realmente los define?
Foto de portada: Ricardo Vara, cortesía de Mariana Fierro.
En México tenemos la fortuna de contar con una gran oferta de espacios donde se pueden practicar todo tipo de deportes al aire libre: surf, kayak, buceo, escalada en casi todas sus variantes, alpinismo, bicicleta de montaña, senderismo, espeleología, slackline, paracaidismo y un largo etcétera.
Ahora bien, ¿has prestado atención a cómo se comercializan y retratan las actividades recreativas al aire libre en los medios de comunicación, así como la realidad de quién practica estos deportes en nuestro país?
Probablemente parece irrelevante plantear esta pregunta y quizá se piense que se está queriendo crear una problemática donde no la hay. Pero no es así. ¿Por qué? La respuesta es sencilla, el lenguaje es el puente por medio del cual construimos y le damos significado a nuestro mundo. Usamos ciertas palabras, y no otras, para referirnos a cuestiones específicas. El papel que juegan los medios de comunicación al hablar de los deportes outdoors es crucial en la construcción de lo que socialmente se entiende por deportes al aire libre, porque en gran parte determinan, a través de lo que comunican, qué es lo que la audiencia comprenderá por este tipo de actividades y esto, necesariamente, tiene ciertas consecuencias.
Para ser más explícitos, y entrar de lleno en el tema, en México (y muchos otros países) es muy usual referirse a las actividades al aire libre como “deportes extremos”, pero ¿qué significa deporte extremo? ¿Cuántos de quienes practicamos cotidianamente alguno de estos deportes, realmente lo consideramos extremo?
En términos generales, por “deporte extremo” se entiende algo alimentado por la adrenalina y practicado por adictos al riesgo que buscan la máxima emoción en un intento de vivir rápido, morir joven y dejar un cadáver atractivo. Esto nos hace pensar directamente en Alex Honnold, uno de los más grandes escaladores sin cuerda, quien ascendió los más de 900 m de Freerider, en el Capitán, Yosemite, sin ningún tipo de protección, a lo que después aclaró: “No, no soy un adicto al riesgo, ni tengo ganas de morir haciendo esto. Las razones por las cuales ascendí esta ruta son más por un desafío físico y mental, para probar que era posible, y no para acercarme irracionalmente a la muerte”.
Cualquier persona que vea la película Free Solo (documental que captura la máxima aventura de Alex Honnold de esta escalada integral) y que no sea practicante de ningún deporte al aire libre pensará, “Honnold está loco, diga lo que diga, se quiere morir”. Pero esta no es la perspectiva de quienes sí son outdoors. Definitivamente muy pocos, por no decir que sólo Honnold, son capaces y se animarían a escalar sin cuerda una ruta como la que hizo en el Capitán. Pero, incluso estando lejos de intentarlo, podemos llegar a comprender la emoción y el reto físico y mental que representaba para Honnold realizar esta ruta.
Sí, no nos vamos a engañar, los deportes al aire libre cuentan con un nivel de peligro inherente o riesgo de daño grave si la habilidad se realiza de manera deficiente. Nadie lo niega. Y sí, el salto base, por ejemplo, es extremo, tampoco se afirmaría lo contrario. Pero esta no es la característica principal por la cual cientos de personas se sienten atraídas y dedican su tiempo libre a estas actividades. En realidad, hay otras razones más contundentes, como por ejemplo, estar en contacto con la naturaleza, probarse a sí mismo, lograr la excelencia, el autoconocimiento y el dominio, buscar una integración holística y enfocada del cuerpo y la mente para llevarlo a cabo de manera efectiva (lo que los acerca más a la meditación en movimiento). Incluso, en muchos casos, este tipo de actividades configuran fuertes comunidades que generan movimientos dedicados a la protección y cuidado del medio ambiente.
En realidad, que las manos nos tiemblen y suden, que la frecuencia cardíaca se dispare, el pensamiento se nuble y la respiración se acelere son síntomas que no queremos durante la práctica de nuestro deporte favorito al aire libre. Sabemos que el miedo y el riesgo están latentes, pero queremos controlarlos de la forma más racional posible. En realidad, lo que nos atrae de estos deportes, como de cualquier otro tipo de actividad física, es el aumento de los niveles de dopamina, endorfinas y serotonina.
¿Por qué entonces, los medios masivos suelen preferir el uso de la palabra “extremo” para hablar sobre deportes que van más allá de esa definición y que consolidan una cultura mucho más sofisticada y trascendente que lo que se entiende por una simple “adicción a la adrenalina”?, ¿qué sucede cuando la audiencia, que no ha probado algún deporte al aire libre escucha ese término? Los observadores casuales solo verán el riesgo, la imposibilidad y, por lo tanto, las dolorosas consecuencias imaginadas si tuvieran que “intentarlo”. Y es que, probablemente el uso de “deporte extremo” tiene más un objetivo sensacionalista y engañoso.