Por: Rodrigo Masse
«Un clavado hacia el interior y 80 kilómetros de por medio». La experiencia de Rodrigo Masse en el Ultra Maratón de Caballo Blanco.
Despegando a medio atardecer, dejando atrás las preocupaciones propias de la jungla de concreto. La oficina y el celular por ahora no tienen un papel tan relevante como el que tenían hace algunas horas. Ese lugar lo ocupa el nerviosismo de analizar la ruta, recapitular los entrenamientos, repasar los artículos principales empacados y claro escuchar Mogwai y God is an Astronaut para agitar las emociones y conectar con ellas.
A lo lejos, en el cielo, veo una paleta de colores tan perfecta, azul marino seguido por tonos más claros hasta llegar al naranja encendido y me pregunto por la carrera y pienso en cuándo comenzará.
Saco la libreta para aterrizar las ideas y, sinceramente pienso que el inicio de una carrera no siempre se da en el banderazo de salida. En mi caso, hay veces que empieza algunas semanas antes y otras en el kilómetro 30 de la misma.
Creo que es el momento en el que la “loca de la azotea” me dice todas las razones por las que no lo voy a lograr. Ese momento de negociaciones mentales en las que no queda más que ignorar y empujar un poco más cada entrenamiento o cada kilómetro, según sea el caso.
Hasta este punto he corrido dos ultra-distancias, una de 50 y otra de 63 kilómetros. En este nuevo reto habrá 17 kilómetros más: 80 kilómetros cruzando cañones, subiendo y bajando barrancas bajo un sol que llegará a los 38 grados centígrados.
Realmente me preparé lo mejor posible, pero no alcancé la sensación de estar listo, pues son muchos los factores que juegan un papel importante entre la salida y la meta. Ansiedad y miedo son mis principales acompañantes. Si sentara a cada uno de estos dos, para que me dieran su mensaje serían puras interrogantes y ninguna afirmación y, bueno, eso es lo que busco de estas experiencias.
Hay un gusto retorcido, que se ha ido desarrollado, por correr ultra-distancias. En la ciudad y cotidianidad doy las cosas por sentado y juego a tener las respuestas y el control. Pero en el trail, una distancia, una altimetría y un lugar para ser recorrido con las piernas es lo que me hace tomar conciencia de que, en verdad, no controlo nada y mucho menos tengo certeza de los resultados. No me queda más que confiar en que será lo que tenga que hacer y entregarlo todo.
Después de tomar un avión, un tren y un camión, llegamos a Urique: pueblo mágico entre las barrancas que llevan su mismo nombre y sede del Ultra Maratón de Caballo Blanco.
En este punto también me di cuenta que no había empacado ningún gel de energía, barras de proteína, ¡vaya, ni siquiera electrolitos! Todo esto es parte de la carrera. Pedir ayuda es una de las enseñanzas que me ha dejado la montaña. Después de algunas llamadas y mensajes, y gracias al Kórima Run Crew y Pilu quedó resuelto.
Viernes con el rush de Born to run de Chris McDougall y el escenario ideal, le ganamos al sol para salir a correr y probar algunas rutas que nos preparó Chepe. Qué tan buena o mala idea haya sido, no lo sé. Pero sí sé que era lo que tenía que ser. Las vistas valieron todos y cada uno de los raspones y caídas.
El viento rozando los árboles y musicalizando la cima, es de los momentos más espirituales que te puedes encontrar al correr por senderos. Para este caso, el mejor antidepresivo y ansiolítico previo a la carrera que está en puerta.
De regreso al pueblo se respira la energía de miles de personas que van llegando para ser parte de estos tres días de trail, paz y conexión. Personas de todas partes del mundo hablando diferentes idiomas, que vienen a ser parte de este Woodstock para trail runners.
Todo en México, en medio del cañón formado por las barrancas de Urique en las barrancas del cobre, es casi tan surrealista como Romeyno Gutiérrez Luna que nos deleita vestido con su traje de gala Rarámuri, interpretando a Mozart en piano.
Sábado de estar sin estar. Todo está pasando y nada está pasando al mismo tiempo. La angustia y el éxtasis me provocan un estado somnoliento en el que tiempo no pasa y cuando vuelvo a ver el reloj son las 6:00pm y estoy sentado frente al uniforme que usaré mañana. Como el actor del teatro kabuki, analizo todos y cada uno de los elementos, intento bajar los pies a la tierra, conectar conmigo mismo y meditar seguido de Mogwai fear satan – Mogwai.
Los 16 minutos que dura la canción me subo a la montaña rusa de emociones e intento visualizarme a lo largo de toda la ruta hasta cruzar la meta. A lo largo de este recorrido mental se mezclan experiencias, situaciones del pasado y el proceso por el que he pasado para llegar hasta este día. Vuelvo a abrir los ojos y estoy caminando de noche por las calles del pueblo, tratando de respirar todos los momentos, lugares, personas y vibras que envuelven este tiempo y espacio.
Domingo 5:00am, preparando avena con chía y plátano intento relajarme escuchando un poco de Ben Howard y convencerme de que será lo que tenga que ser. Cinco visitas al baño después estoy cruzando el arco de salida rodeado de miles de locos y algunos Rarámuris.
Los primeros 30 kilómetros fueron el fun run. A partir de aquí toma sentido la pregunta del avión y empieza mi verdadera carrera. Con molestias en el tendón de aquiles y temperaturas extremas, la mente bombardea con razones y argumentos por los cuales no voy a acabar los 80 kilómetros que me esperan.
Empiezan las negociaciones mentales, los kilómetros con causa dedicados a personas que juegan un papel importante en mi vida, que ya no están en este mundo o que no pueden correr aunque quisieran. Sigue el agradecimiento a un poder superior por estar en medio de un paraíso, corriendo y respirando azul clarito. En mi caso, las carreras y principalmente las de montaña, son celebraciones a la vida, espacios de agradecimiento y contacto conmigo mismo.
Han pasado ya casi 40 kilómetros de carrera, el sol al máximo y la temperatura extrema. Cruzo un río por el puente colgante y veo la barranca que ahora toca subir. Las dos cuestas que comprenden el trayecto de la laja a los alizos y de regreso no están muy empinadas, pero sumado a lo recorrido y al calor, parecieran interminables. Lo único que puedo hacer es dar pasos cortos y constantes.
Sobre analizar la situación, no es opción. Llegando al punto más alto y con las piernas acalambradas, el taco de frijoles y el masaje de los paramédicos bajo la sombra de un árbol supera a cualquier SPA, por más exclusivo que pudiera llegar a ser. Después de cinco minutos de respiro toca seguirle, sin darle chance a la loca que empiece a bombardear con la idea de no terminar.
Los últimos kilómetros parecieran nada y al mismo tiempo un mundo, solo son 14 más. Los mareos y sentirme a punto del desmayo, por el calor, cada vez son más frecuentes. Pero a lo largo de toda la ruta abundan inyecciones de energía. Por un lado, los Rarámuris disfrutando de la fiesta organizada en su honor. Por el otro, los abastecimientos rodeados de personas que nos reciben con ánimo y sonrisas.
Más adelante, en el pueblo, la gente esperándonos con música, alegría y gritos de entusiasmo… ¡Caray! Esto es parte de la energía superior que me mantiene corriendo. Es inexplicable el frenesí esquizofrénico de las piernas; hace algunos momentos no podían moverse y en cuanto entran estas inyecciones me vuelven a funcionar con la mayor soltura y frescura posible.
Es momento de cerrar este capítulo de búsqueda personal y espiritual. Son ya metros lo que separa el inicio del fin. Con escalofríos y sentimientos encontrados no paro de correr dejándolo todo en el camino a la meta. Cruzarla significa renacer.
Todo lo vivido, lo aprendido, lo reflexionado, lo olvidado y lo encontrado a lo largo de esta experiencia hacen que valga la pena el viaje de 1780 kilómetros durante 12 horas en distintos transportes para llegar hasta aquí y correr 80 kilómetros en 9 horas 45 minutos y 30 segundos.
¿Por qué corro? Sigo sin tener una respuesta rotunda, sin embargo, cada carrera empiezo y termino siendo una persona diferente. Creo que corro para conocerme a mí mismo, para conectar con algo superior a mí mismo, para olvidarme de mí mismo y al mismo tiempo encontrarme a mí mismo.
Aprovecho para hacer un agradecimiento especial a todos aquellos que hacen posibles las carreras, a los organizadores y voluntarios. A todos ustedes que llegan antes que nosotros y se van después. Todos ustedes que nos entregan el agua con una sonrisa y palabras de aliento, gracias.
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