La Montaña Mágica de Thomas Mann, un clásico de la literatura que remite a reflexiones sobre otras formas de vida en las alturas.
No es extraño que Thomas Mann quedara impresionado por los ubérrimos bosques y los majestuosos picos de las montañas que rodean el histórico edificio que hoy es el Waldhotel Davos: sus vistas son tan impresionantes que se convirtieron en el escenario ideal para la famosa novela del escritor alemán: La Montaña Mágica.
La Montaña Mágica es una de las piezas claves de la literatura global, un clásico que se publicó en 1924 y que el escritor comenzó a escribir en 1912, a raíz de una visita a su esposa en el Sanatorio Wald de Davos en el que se encontraba internada al padecer tuberculosis y donde Thomas Mann encontró la inspiración.
Ahí, nace la obra más famosa del autor y que narra la estancia de su protagonista principal, el joven Hans Castorp, en el lujoso sanatorio de los Alpes suizos donde inicialmente había llegado como visitante por unos cuantos días y en el que, finalmente, permaneció siete años. Pero si Castorp estaba sano y simplemente sufría de una ligera afección, ¿por qué permanece allí por más tiempo? En la experiencia de vivir en la montaña se encuentra la respuesta, en el adentrarse en el ritmo y su temporalidad, tanto que la vida en el sanatorio se convierte en la medida de todas las cosas.
“Su patria y el orden conocido se habían extraviado en la distancia, sepultados varios metros por debajo de él, y el ascenso proseguía. Mientras pensaba en aquello que dejaba y aquello que desconocía, se cuestionaba respecto a qué sería de él una vez en la cima. ¿No habría sido arriesgado, insensato, dejarse arrastrar a esos parajes, a esas condiciones extremas que tanto distaban de su origen? Tomando en cuenta que él no estaba acostumbrado a respirar más que a unos metros por encima del nivel del mar, quizá habría sido mejor aguardar un par de días en una zona intermedia donde pudiese acoplarse. Ansiaba el arribo, pues pensaba que al llegar todo sería como en cualquier otro lugar, sin nada que pudiese recordarle, como hasta ahora, que se encontraba en un plano inadecuado para él.” – Thomas Mann, en La Montaña Mágica
En la obra magna de Thomas Mann, la montaña representa ese lugar donde la sanación tiene cabida. La reflexión, la filosofía, la estética y la música encuentran en ese entorno el mejor espacio para desarrollarse. En el sanatorio, los pacientes, sumergidos en un perenne tiempo libre, olvidan sus dolencias y el mal que les aflige, la cotidianidad adquiere otra dimensión, no hay trabajo ni obligaciones y las nimiedades cobran significados centrales. Situado en lo más alto de la montaña, el sanatorio es ese lugar en las alturas que aleja a los enfermos del mundo “normal”, de la sociedad regida por normas y donde las historias se desarrollan fuera de los valores comunes.
La obra de Mann es considerada por muchos un tratado sobre el tiempo (semejante a la novela En Busca del Tiempo Perdido de Proust), sobre lo relativo de su valor dependiendo en qué lo empleemos. En el sanatorio, la muerte ocupa un lugar tan secundario que los pacientes, despreocupados de todo, toman desapercibido el fallecimiento de sus compañeros.
Pero también es una crítica a la superficialidad burguesa que caracteriza la vida social de los pacientes (propia de la aristocracia del siglo XIX), a sus valores y esa búsqueda por perderse en los placeres. Lo que acontece a lo largo de la extensa obra parece no tener sentido, incluso, se siente como si no pasara nada frente a los ojos de los lectores, quienes, a su vez y paradójicamente, pueden representar a la sociedad que sigue su vida cotidiana abajo de las montañas, en las ciudades.
De alguna manera y estirando un poco la liga, la sensación que deja la lectura de La Montaña Mágica es esa misma que experimenta un hombre común que vive alejado de las aventuras que los alpinistas aprecian y buscan en la montaña, esa “inutilidad” que tiene adentrarse a terrenos desconocidos donde el tiempo cobra nuevos significados a costa, en este caso, del hambre, el frío y la soledad. Remite, así, a obras clásicas de la literatura de montaña como Los Conquistadores de lo Inútil de Lionel Terray, donde se expresa con profunda belleza esa necesidad del ser humano por alcanzar lo intangible.
No obstante, lo anterior es tan sólo una pincelada de La Montaña Mágica, un torpe acercamiento a una novela cargada de múltiples y profundos significados metafísicos, estéticos, políticos, sociológicos y filosóficos. Aún así, los amantes del montañismo despertarán, con su lectura, un mundo de reflexiones interesantes con las que, incluso, se identificarán.
Cinco años después de la publicación de La Montaña Mágica, la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de literatura a Thomas Mann. Sin embargo, cuando Hitler llegó al poder, el Tercer Reich lo despojó de su nacionalidad y su obra fue prohibida y quemada mientras que Mann vivía en exilio en Estados Unidos.
“Durante siete años, Hans Castorp vivió entre la gente de allí arriba. No es una cifra redonda para los adeptos del sistema decimal, sino una manejable a su manera, una mística y pintoresca extensión del tiempo, más satisfactoria para el alma que, por ejemplo, otra simple media docena.
[…] El tiempo, que no era de la especie del tiempo medido por los relojes de las estaciones, cuyas agujas avanzan por sacudidas de cinco en cinco minutos, sino más bien el tiempo de los pequeños relojes, cuyo movimiento de agujas permanece invisible, o como el de la hierba, que ningún ojo ve crecer a pesar de que continuamente lo haga, el tiempo -una línea compuesta de puntitos sin extensión- había continuado arrastándose invisible y secreto, pero activo, produciendo cambios.” – Thomas Mann en La Montaña Mágica