Dunia Oriana González Rodríguez, escritora y deportista colombiana. Licenciada en español y literatura con especialización en creación narrativa. Actualmente realiza sus estudios de maestría en escritura creativa en español, en la Universidad de Salamanca. Su proyecto emprendedor: Cuatrojos Editorial. Ama la escalada deportiva y el trail running.
Por: Dunia Oriana González Rodríguez
“—Segunda lección—dijo Caballo—. Piensa fácil, ligera, suave y rápidamente. Empieza con el fácilmente porque si no llegas a más, ya será bastante. Luego prosigue con ligeramente. Hazlo sin esfuerzo, como si no te importara una mierda cuán alto o lejos llegas. Cuando hayas practicado esto tanto que olvides que estás practicando, deberás trabajar en el suaaaaaaaaave. No tendrás que preocuparte por lo último. Una vez tengas los tres primeros, correrás rápidamente”. – Christopher MacDougall.
Llevo muchos años corriendo. Al principio fue por mis clases de atletismo en el colegio y en la universidad. Para pasar los exámenes finales del Test de Cooper tenía que correr, pero también para relajarme de la carga académica. Luego de la universidad lo he hecho como un ejercicio complementario a la escalada deportiva.
Llevo dos años que lo hago de tres a cuatro veces por semana. Y este último año, por primera vez he corrido con consciencia. He mejorado mi técnica y he corrido más de 100 kilómetros. Hace seis meses empecé a entrenar para mi primera media maratón; es decir correr 21 kilómetros.
Mi objetivo es correr 21 kilómetros en montaña. Gracias a un amigo (Mateo) que trabajaba en el Parque Chingaza y mi novio (que hace de entrenador y motivador Jhoany), fui a correr 15 kilómetros a 3700 m s. n. m. La experiencia ha sido increíble. Es la primera vez que corro a esa altura y en tremendos paisajes. Lo más maravilloso es que también se unieron otros amigos que corren profesionalmente y que están entrenado a chicas y a chicos que quieren aprender a correr. Así que entre principiantes y expertos, formamos un grupo de nueve personas, y nos lanzamos a correr por la ruta Las Cuchillas, que abrió Mateo. Además de correr, tuvimos que escalar en tres tramos del camino. La roca, aunque helada, fría y húmeda, ofrece líneas de pasto y tierra por donde se puede subir con cuidado.
Me sentía muy bien. Estaba corriendo fácil, ligera y suavemente. Luego de haber atravesado un tramo de unos tres kilómetros de pantano y tener los pies húmedos, encontramos una planicie en la que pude recuperar el ritmo y tomar algunas fotos. En esos momentos ya sentía hinchadas las manos y, a pesar de mi esfuerzo por mantenerlas calientes, éstas estaban rojas y frías. No me parecía grave, estaba corriendo en el páramo y no tenía hipoxia ni tampoco asfixia.
Cuando llegué al primer tramo de roca para escalar, sentí que mis manos no se agarraban muy bien y que esa hermosa pared negra de roca me quemaba las yemas de los dedos. En el segundo tramo, mis manos se agarraban de las presas pero el dolor que sentía fue tan nuevo que no supe qué hacer. Quería salir de allí. Ese tramo es el más alto, tal vez de unos 5 ó 7 metros de pared rocosa. Cuando llegué a la repisa, mis manos ardían de frío. Qué extraño, ¿verdad? Me dijeron que las calentara con las piernas. Me acurruqué y las dejé allí. Las froté y decidí meterlas debajo de mi camisa, en mi vientre. Estaba calentito y pude recuperar el calorcito.
Mientras estaba allí entendiendo lo que sucedía y esperaba a los otros corredores, la espesa neblina que cubría el paisaje se desperdigó y pude ver una hermosa laguna. ¡Qué maravilloso! Fue muy emotivo estar sentada frente al origen de la vida.
Los otros corredores fueron apareciendo y también se tomaron un tiempo para recuperar el calor de las manos. Luego de subir ese tramo nos dedicamos a descender con rapidez hasta llegar al tramo final de roca y subir por una hermosa fisura.
Seguimos descendiendo y yo iba pensando en el consejo de Caballo, un corredor gringo que se dedicó a estudiar la técnica de los indígenas Rarámuris, los mejores corredores del mundo. Sentía que corría fácil, ligera, suave y rápidamente, y me sentía libre y feliz. Estaba tan concentrada que me parecía un juego esquivar los pastos altos, los tramos de fango y los frailejones.
Llevaba muy buen ritmo bajando la ladera, tanto que, en ningún momento sentí que me faltara el aire o fatiga. Tampoco me sentía con sed o con hambre. La sensación de que mi cuerpo se estaba moviendo con una facilidad y ligereza me atrapaba completamente. Mi mente estaba en blanco, sólo disfrutaba del paisaje y me fijaba en que estuviera bien mi postura o en que los pasos no fueran demasiado largos.
Al final de la ladera, llegamos a una carretera de tierra. La ruta estaba húmeda pero se podía correr con tranquilidad. Allí venía mi última prueba para confirmar si mi entrenamiento de dos meses, con un plan adecuado para cortas y largas distancias, estaba funcionando. Y la verdad me sorprendí. Aunque los hombres tomaron la delantera con una mujer, yo decidí correr tranquila mientras tomaba un ritmo que me permitiera terminar la carrera sin caminar —ese era mi principal objetivo—.
El tramo de la ruta empezó con un plano y luego unas curvas en bajada. Cuanto más avanzaba, más se empinaba la carretera y allí sentí agotamiento. Iba bastante rápido porque quería alcanzar a los chicos. Todo el recorrido de bosque de páramo lo realicé en el tercer lugar, y ahora iba de sexta. Quise alcanzarlos, pero recordé que lo principal era terminar corriendo la ruta. Así que disminuí el ritmo hasta quedar sola.
Continué así unos diez minutos, y de pronto vi a una chica rezagada. Decidí apretar un poco más el paso. Cuando la alcancé y la pasé aumenté un poco más el ritmo, aunque empezaba una cuesta. Me sentía bien hidratada y logré mantener el ritmo y terminar la carrera en quinto lugar con ganas de continuar. Cuando llegué al punto de donde habíamos partido, no lo podía creer porque sentí que podía correr más. Todavía tenía suficiente energía y sobre todo pensé que podría rebasar algún otro corredor.
Lo mejor de esta carrera de entrenamiento fue esa maravillosa sensación de correr en grupo. Esos momentos en los que descansábamos y esperábamos a que todos estuviéramos reunidos y poder continuar. Imaginaba, a veces, sin esperarlo, que todos formábamos parte de una manada en cacería, o que estábamos en una travesía; sobre todo en esos momentos en los que nos ayudábamos y apoyábamos para continuar. Qué hermosa sensación de comunión, de unión y de fraternidad.
Era la primera vez que corría con Pedro, Ivón, Álvaro y dos chicas más, que ahora son más familiares, y sentí una tremenda afinidad por volver a correr a su lado. Una experiencia que me ha llevado a competir este año en dos carreras de 13k y 15k para medir mi capacidad de competencia.
¿Competir? Generalmente esto es lo que le digo a la gente, pero yo sé, íntimamente, que corro para sentirme libre, para detener el tiempo, para desaparecer de la “realidad” y estar en el momento presente, para dejar mi mente en blanco, para decirme con cariño cosas como “soy fuerte, ágil, veloz y tenaz”, “puedo un poco más, quiero correr más”.
Ese es el principal motivo: aprender de mis límites, de mis retos, de mis pensamientos, de mi voz, de las personas con las que corro y entreno, de la montaña, de la vida. Así voy, tan libre y veloz como me animo a hacerlo.