Este 2018 que agoniza, como prácticamente cada año a estas alturas, deja memorias del dolor, el aprendizaje, el amor y, finalmente, de la luz de quienes dejaron de caminar con nosotros. Esta es una oportunidad para crecer, para recordar, para unir, para construir, y para seguir andando.
La muerte en la montaña puede ser romántica para algunos. “Murió haciendo lo que le gustaba”, dicen. Pero la realidad, citando a uno de los montañistas mexicanos más destacados de todos los tiempos, “la muerte es muerte, punto”. Sin embargo las circunstancias de la muerte, aunque no apagan el dolor, sí que representan un universo de diferencia.
En un deporte donde la muerte se puede considerar una pieza más en la cordada, nada es más importante que regresar a salvo. La nobleza del equipo, el instinto personal, y las características de nuestras rocas y montañas, sin embargo, facilitan olvidar que “la tercera de la cordada” está ahí, pendiente, lista para aprovechar la enorme e irónica fragilidad que al ser humano, en su potencial y fortaleza, le caracteriza.
No es necesario caer mil metros. No es necesaria la avalancha más grande de la historia, y tampoco es necesario que se rompa el equipo. Basta una pequeña decisión, es suficiente un instante de necedad, de ignorancia o de simple mala suerte.
La muerte en la montaña, como en cualquier lugar, siempre está a un brazo de distancia de nosotros. El reto más grande, como seres humanos, es mantener ese brazo alejado para seguir un poco más en este mundo. El propósito común, como montañistas, es que ese tiempo valga la pena.
Este 2018 algunos se fueron guiando, unos partieron por la guía de otros y, en ciertos casos, por presionar más allá de sus capacidades. Se fueron amigos, se fueron líderes, se fue potencial. Se fueron también quienes confiaban en otro. Se fueron quienes confiaban en sí mismos.
La muerte es muerte, aunque no todas las muertes son iguales. No podemos evitarla eternamente, pero sí podemos intentar irnos peleando. La lucha, sin embargo, no es contra la montaña, no es contra la comunidad y no es contra la autoridad. Esta es una lucha constante contra nuestra propia estupidez, nuestra propia necedad, y nuestras propias debilidades.
En la búsqueda por encontrarle vida a la vida en el borde de nuestras capacidades, la lucha es por regresar a casa; la lucha es por ayudar a que otros lo hagan.
En día de muertos, el montañismo no necesita cempasúchil, necesita una comunidad que recuerde y que trabaje, no en Facebook, no en WhatsApp, no en chismes, sino de frente a la realidad, preparándose y asumiendo el costo que implica puntear la ruta de profesionalizar la actividad.
La muerte nos alcanzará, pero démosle batalla mientras tanto. No dejemos que alcance a quien no debe morir en la montaña.