¿Cuál es la historia del cine de montaña? Desde las primeras producciones hasta Free Solo, un breve repaso por este género que ha inspirado generaciones.
El cine de montaña y aventura, del género documental deportivo, normalmente utiliza sus escenas de acción para mostrar y explorar lugares exóticos, inhóspitos, para transmitir experiencias y hazañas que superan lo que se consideraba convencionalmente física y mentalmente imposible, de una manera enérgica e inspiradora.
Aventura, en el ámbito del cine de montaña, no se refiere a una narración relacionada con la ficción o fantasía, sino sobre historias reales de hechos reales, en los que, generalmente, hay la búsqueda por el alcance de una meta deportiva al aire libre que exige desafíos físicos y mentales.
La historia del Cine de Montaña y Aventura se remonta a principios del siglo pasado, incluso a Los Hermanos Lumiere, quienes buscaron obtener imágenes panorámicas de culturas remotas.
Pero quizá es ‘Cervino’, un corto de 6 minutos de duración que se grabó en 1901, en el que un grupo de tres alpinistas, probablemente guías, salen de Zermatt y escalan el Cervino por su lado suizo. Si bien se desconoce el autor, podría tratarse de Franck Ormiston-Smith, un joven inglés pionero en el cine de montaña.
Herbert Ponting también capturó imágenes de una aventura al aire libre, cuando acompañó al capitán Robert Scott en su expedición de 1911 a la Antártida. Más tarde, en 1914 Frank Hurley, fotógrafo oficial de la expedición antártica de Ernest Shackleton, también llevó una cámara de cine para crear South (1919).
También en las primeras décadas del siglo pasado, con Grass (1925), Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack no sólo trabajaron en la producción de King Kong, con el cine de aventura llegaron hasta las montañas de Irak y las exóticas selvas de Tailandia.
En otra vertiente, cinematografía antropológica, Robert Flaherty, «padre» tanto del documental como del cine etnográfico, llevó sus cámaras al Ártico para capturar la cultura de los Inuit, a la que ellos mismos se refirieron como «la agresiva», y nació la película Nanook of the North (1922).
Quizá el primer acercamiento de una cámara al montañismo de ochomiles fue registrado por el capitán John Noel, quien grabó el tercer ascenso británico al techo del mundo, el Everest, en 1924. The Epic of Everest (1924) se trata de una película que buscó registrar los detalles de la expedición, aunado a la captura de las primeras imágenes de la cultura tibetana que en esa fecha aún se encontraba aislada del mundo occidental.
Todos ellos, pertenecientes al cine mudo, fueron pioneros de un género que se ha ido desarrollando en el tiempo, abrazando culturas, hazañas, superaciones, exploraciones y experiencias que han marcado la historia del hombre en la vida real y que, a su vez, han roto la idea de aquello que se considera imposible, ficcional, para que otros puedan verlo con sus propios ojos y así, sentirse inspirados.
A pesar de que, después de esta época los cineastas se enfocaron en las técnicas de retroproyección y los sofisticados efectos especiales, dejando a un lado los viajes a lugares remotos y comenzaron a recrear dichos espacios dentro de estudios, el cine de aventura y exploración continuó, pero fuera de Hollywood, bajo las manos de los creadores independientes.
[Como paréntesis y dato curioso, algo parecido sucedió con la pintura, en las manos de Édouard Manet, con Le Déjeuner sur l´Herbe, pero en 1863. Fue éste uno de los primeros cuadros en la historia del paisajismo que no se pintaron al aire libre, sino en un estudio en el que el fondo fue recreado artificialmente, y que tuvo ciertas consecuencias críticas.]
A partir del desarrollo tecnológico y los efectos especiales, para el público de Hollywood las heroicas hazañas en las montañas y lugares más remotos eran historias inalcanzables, de ficción y adrenalina, heroísmo, drama y amoríos, quizá tan irreales como el mismo fondo de las imágenes.
En ese ámbito encontramos películas como La montaña sagrada (1926) y Infierno Blanco en el Piz Palu (1929), ambos de Arnold Fanck, La montaña siniestra (1938) de Edward Dmytryk, Licencia para Matar (1975) de Clint Eastwood, Cinco días, un verano (1982) de Fred Zinneman, Máximo Riesgo (1993) de Renny Harlin, Misión Imposible 2 (2000) de John Woo, Everest (2015) de Baltasar Komakur, Point Break (2015) de Ericson Core, entre muchas otras.
Mientras tanto, para la comunidad de montañistas, escaladores y exploradores, su cine -el de aventura- transmitía historias reales, de hechos reales, con los que se identificaban, apasionaban e inspiraban.
Durante décadas, este cine resistió -y resiste- frente a las clemencias del mercado y el consumo, se desarrolló en un espacio un tanto hermético, no tanto por convicción sino porque su lenguaje era para el nicho. Quien era montañista lo entendía fácilmente y se identificaba inmediatamente.
Pero hoy en día el cine de montaña comienza a vivir una nueva época, no sólo con grandes producciones como la de Everest (2015) de Baltasar Komakur, sino porque el propio alcance técnico, artístico y narrativo de directores del propio nicho, están tocando las puertas de públicos más diversos. Las historias que se narran, en las que la inspiración, la soledad y la superación son el eje motor, finalmente pueden tocar a cualquier ser humano.
Ya en 1974 el director Mike Hoover, fue nominado a Mejor Cortometraje Documental de los Premios de la Academia con Solo, un trabajo que retrata los esfuerzos y la emoción que experimenta el montañista en solitario.
Pero hoy en día el impacto es más grande. Los festivales de cine de montaña se multiplican, la producción de documentales de calidad crece, el éxito de las películas es tangible y llenan salas independientes y comerciales.
Jabier Baraiazarra, director del Mendifilmfestival de Bilbao, así como de la Alianza Internacional de Festivales de Cine de Montaña, comentó lo siguiente para un medio español,
«Aunque el nicho principal de público lo conforman espectadores convencidos, actualmente se observa que el público del cine de montaña es más heterogéneo. Hay una audiencia oculta que poco a poco se va acercando a conocer este género fundamentalmente a través de los festivales temáticos y que sale fascinada y emocionada de las salas.»
Sherpa (2014) y Mountain (2017) ambas de la directora autraliana Jennifer Peedom, son dos claros ejemplos de lo anterior, pues su impacto ha sido histórico.
Quizá el momento culminante, hasta la fecha, ha sido el 2017, año en el que The Dawn Wall -de Josh Lowell, Peter Mortimer, Philipp Manderla, grandes impulsores del cine de montaña, quienes han logrado capturar, también con Reel Rock, las mejores historias de escalada y montañismo a lo largo de los años-, y Free Solo -dirigida por Jimmy Chin y Elizabeth Chai Vasarhelyi- vivieron sus exitosos estrenos con los que consiguieron llegar al mayor número de salas en la historia, despertando el interés de miles de personas, tanto montañistas como gente de fuera del nicho.
Y Free Solo lo ha llevado aún más lejos. El documental de National Geographic que narra la máxima aventura de Alex Honnold, la escalada integral -sin cuerda ni seguro- que realizó a los 900m de Freerider en el Capitán, está nominada a Mejor Documental de los Premios de la Academia.
Y es que, comparándola con la película hollywoodense Star Trek V, la última frontera (1989) de William Shatner, en Free Solo, Honnold se lanza a la aventura, como el capitán Kirk, de escalar el Capitán en solo integral, pero esta vez, como muchas otras veces en la historia del montañismo, la realidad supera a la ficción. El americano consigue algo fuera de serie en la historia de las grandes hazañas deportivas y de lo que se considera posible, algo que requirió de doce cámaras grabando simultáneamente, así como de una absoluta concentración y habilidad para capturar todo en una sola toma (no habría repeticiones en este proyecto).
Así, casi un siglo después, nos encontramos en el inicio de una época en la que el cine de montaña y aventura se reúnen nuevamente con las grandes pantallas, producciones y públicos. Esperemos que éste sea, también, el comienzo para que la inspiración y el hambre de aventura despertado en el espectador, sea una invitación para repensar no sólo la importancia física, aventurera y de entretenimiento que nos brinda el aire libre y la montaña, sino también de concienciación de las causas y consecuencias del impacto negativo del hombre en su paso por la tierra.