A partir del más reciente caso de inseguridad en el Iztaccíhuatl, distintas voces comienzan a levantarse para proponer análisis y soluciones. Esta es la opinión de una de las víctimas que vivieron el asalto al Refugio de los Cien el pasado 4 de julio.
Asalto al Refugio de los 100
6 de julio de 2015
Por: Orly Cortés
El sábado nos asaltaron en el Refugio de los Cien en el Iztaccíhuatl. Tengo 30 años y es el primer asalto a mano armada del que soy víctima. Siendo habitante de este país, había corrido con suerte.
Mientras escribo esto recuerdo que hace unas dos semanas circuló la noticia de un asaltante en Constituyentes al que un policía le disparó por la espalda; primero quedó paralítico y días más tarde murió en la cárcel. En marzo, escribí una reflexión sobre un caso similar (http://orlycortes.blogspot.mx/2015/03/el-patibulo.html), donde se aplaudió que se le quitara la vida a un hombre, a un delincuente, a ese otro que no reconocemos como parte de nuestra sociedad. Nos lavamos las manos e ignoramos la importancia del contexto que habitamos. Sería muy fácil para mí desearle lo mismo a los 6 hombres que nos amagaron en el refugio, que nos amenazaron, robaron y dejaron sin chamarras, equipo ni comida en medio de una nevada: no lo haré. No les deseo el mal, ni mucho menos la muerte, porque hay que reconocer que lo que sucedió ese día en el Izta es un síntoma de lo que pasa en México.
Hace menos de un año, secuestraron a triatletas en el Ajusco, donde también se desató una ola de asaltos. En el 2013 asaltaron a ultramaratonistas en el camino a Tres Marías (http://www.runmx.com/asaltan-a-corredores-en-tres-marias-durante-la-carrera-resistencia-en-las-montanas/). A esto hay que sumarle miles de muertes, miles de desaparecidos, millones viviendo en la pobreza y uno de los índices de desigualdad más grande de América. México es un país que vive en la violencia, cuyos niños juegan al secuestro y a la violación.
Los hombres que nos asaltaron eran jóvenes, parecían sanos (sobre todo por la condición física necesaria para realizar el acenso) y aún así decidieron hacer de la agresión una forma de vida. Es momento de reconocer que la juventud en México vive en condiciones sumamente precarias (recomiendo la lectura de este artículo para conocer más sobre el tema: http://horizontal.mx/jovenes-precarizacion-y-represion-los-rostros-del-sexenio/ ). Con todo esto, podemos decir que todos tenemos la elección de llevar una vida moralmente correcta. Lo decimos desde nuestras computadoras o celulares con conexión a internet. Lo decimos con el estómago lleno. Lo decimos con los pies calientes y un techo sobre nuestra cabeza. Lo decimos con salarios que nos permiten no vivir en la miseria. Lo decimos con las palabras que nos brinda la educación que tuvimos fortuna de recibir.
Por supuesto que creo que debe haber consecuencias a estos actos, que deben aprehender a estos jóvenes y sentenciarlos como dicta la justicia. Pero más allá de eso, debemos comprender que detrás de ellos, con sus machetes y sus rifles, hay un gobierno corrupto, un pueblo con hambre que vive en la crueldad absoluta y una sociedad amordazada que quiere que todo cambie, pero que no hace nada para cambiar.
Espero de todo corazón que las montañas vuelvan a ser un lugar seguro. Lo deseo por las personas que viven de y para ellas. También anhelo el día en que nuestros jóvenes no vean la violencia como un escape ni un modo de vida, el día en que podamos vivir tranquilos en este país: en los bosques, playas, montañas y ciudades.
Comentarios no permitidos.