Por: Javier Serratos
A lo largo de la historia ha sido reconocido el poder que tienen las palabras para influir en las personas, tanto de forma individual como a nivel colectivo, en una sociedad e incluso a nivel mundial. No en vano a la prensa se le conoce como “el cuarto poder”. Y en una era en que los avances tecnológicos nos permiten una mayor participación a todos, ese ir y venir de la información se acrecienta, en ocasiones para bien, en otras para mal, o como alguien me dijo, “hoy todo lo bueno y lo malo es cuestionable”, depende de quién y cómo lo mire, entre otras cosas.
Justamente la idea de este texto surgió a raíz de un par de comentarios: primero uno que leí en la red, en el cual un “deportista” (por decirlo de alguna manera) se burlaba abiertamente de una compatriota y seleccionada nacional que estaba participando en los Juegos Olímpicos de Río; y posteriormente de un pequeño post que yo mismo publiqué, digamos “sutilmente” en rechazo al primero. Y como dije antes, no suelo involucrarme en temas controversiales (que no es lo mismo a no tener una opinión), básicamente porque aun si se llega a un acuerdo, eso no quiere decir que todos estén conformes y porque con los años he aprendido que contrario a lo que se dice, no todos los caminos llegan a Roma.
https://www.facebook.com/JavierSerratosAmendola/posts/1146058645464476
Pero bueno, en ocasiones es difícil solo mantenerse al margen y algo (o alguien) nos invita a participar. Y cómo no hacerlo, si incluso uno mismo soñó algún día con la gloria olímpica. He de confesar que al escribir esto no puedo evitar el reírme un poco de mí ingenuidad, falta de conocimiento y experiencia de cuando empecé a escalar, pero así comenzamos todos… ¿O no? Siendo novatos con mochilas repletas de grandes sueños e ilusiones.
Y es que por allá de 1992, tuve la oportunidad de participar en mi primera competencia de escalada. La organizó una tienda de deportes en “Las Ventanas” y recuerdo que la etapa de clasificación se realizó en bloques y rutas de roca natural (ya llovió desde entonces, muchas veces); y quienes tuvieran la fortuna de pasar a la final lo harían en un muro artificial, quizá de no más de 10 metros y completamente vertical. ¡Definitivamente eran otros tiempos y eso resultaba sencillamente espectacular!
Asistí con dos de mis grandes amigos de la escalada y aunque los tres debimos habernos inscrito en principiantes, yo decidí subirme a la categoría de intermedios. Por alguna razón no me veía como principiante, aunque mi grado y preparación de aquel entonces distaba mucho de quienes estaban en intermedios. Había grandes nombres de la época en dicha categoría y qué decir de avanzados, en donde participaban personas como Germán Wing, Jorge Saldaña y Héctor Sermeño, entre otras grandes leyendas de la época. Incluso recuerdo que un gran amigo (quien después sería mi mentor) me “regañó” por haberme metido a intermedios, argumentando que en principiantes “la tenía ganada”.
Y quizá eso fue lo que instintivamente me hizo subir a intermedios, para mí la competencia tenía que ser un reto, algo que me exigiera esforzarme al máximo de mis capacidades. Como dice Murakami (aprovechando que estoy leyendo un libro de él), “no me preocupaba en exceso ganar o que me ganaran, me interesaba más ver si era capaz o no de superar los parámetros que yo daba por buenos”. Y así fue y así ha sido desde que recuerdo, siempre soñando con ser el mejor. No el mejor comparado con otros, sino ser el mejor comparado con el yo de ayer.
Para sorpresa de todos (mía más que de ninguno) y con un poco de suerte me colé a la final. Una final originalmente pensada para los diez mejores, pero como fui el onceavo en completar la ruta de la semifinal (rebasando el tiempo establecido) y como en ese entonces se podría decir que era “un niño”, se apiadaron de mí los jueces y competidores dejándome pasar a la tan anhelada final. Era el frijol en el arroz, pero para mí eso ya significaba haber ganado. Estar ahí, en el área de aislamiento con otros diez grandes escaladores, me hacía sentir feliz y muerto de miedo a la vez. El viaje hasta Pachuca ya había valido la pena.
Era el frijol en el arroz, pero para mí eso ya significaba haber ganado.
Mis recuerdos de la final son pocos y vagos. Sé que estaba tan nervioso que apenas me amarré y comencé a subir, con mi arnés Noble y mis tenis Toño, protección tras protección. Intentando evadir la pesada mirada de las cámaras que grababan la competencia, que en aquel entonces era todo un acontecimiento. No recuerdo qué tan difícil era la ruta, solo recuerdo que mis nervios eran tantos que cuando menos lo pensé me encontraba protegiendo la reunión, tan sólo unos segundos por debajo de Aaron Dorazco “El Araña”, (quien después se convertiría en una de mis mejores cordadas y amigos de todos los tiempos). En aquel entonces el tiempo era criterio de desempate en la modalidad de dificultad y yo escalé más veloz que ningún otro competidor. ¡Gané, increíblemente gané!
La ilusión de ser el campeón de intermedios me duró solo hasta la siguiente competencia en la que Paco Medina “El Bato” (otro gran escalador y amigo), vino desde Monterrey a derrumbar mi “sueño olímpico” en el Plan Sexenal. Y así vuelvo a donde comencé, qué ingenuo e inexperto era yo al pensar que por haber ganado una competencia de intermedios podría haber ido a las olimpiadas y sobre todo por imaginar que el haber ganado una vez, me haría ganar siempre. Y quién pensaría que 24 años más tarde la escalada sería aceptada en las olimpiadas de Tokio 2020 (falta que llueva para eso, también muchas veces).
Ganar, competitivamente hablando, requiere de trabajo diario, de un enorme esfuerzo, de disciplina y dedicación, de fortaleza, incluso de talento y por qué no decirlo, hasta de un poco de suerte, entre muchísimas cosas más como: determinación, garra, entrega, fortaleza, empeño y de una motivación indomable. De mucho sudor, de mucho entrenamiento, de levantarse después de cada caída y para algunos hasta de sacrificios. Requiere de tecnología y medicina del deporte, así como de nutrición. Requiere a ciertos niveles de apoyo económico, tanto de particulares como gubernamental. En fin, ganar requiere de todo lo que ya antes se ha dicho, escrito y hecho película, de una y mil maneras con el paso del tiempo.
Pero sobre todo se trata de tener un sueño y no desistir, ante nada y ante nadie. Porque si bien es cierto que no es necesario ser chef experto para criticar un platillo, también es cierto que si no somos capaces de luchar por alcanzar nuestros propios sueños, no deberíamos juzgar tan crudamente a quienes lo están intentando. Y más aún cuando los esfuerzos son más propios que ajenos, porque es sabido (y más en países como el nuestro) que incluso quienes tenemos la fortuna de recibir algún tipo de apoyo, la mayor parte del tiempo ha sido como “ser enviado a la guerra sin fusil”.
Hace tiempo dije, “hagamos nuestros los sueños de los demás y de ésta manera los demás harán suyos nuestros propios sueños” y hoy lo sigo creyendo. Confío en que mi sueño sea valioso para más personas y que los sueños de los demás no sólo me interesen, sino que también me sirvan de inspiración. Nuestras palabras tienen el poder de enviar mensajes valiosos o destructivos y es una fortuna el poder elegir el que queremos enviar. Y ahí es donde radica el poder de las palabras.