La historia de “La araña” Lipkau y las montañas mexicanas, el lugar de regocijo y encuentro con la paz para los refugiados españoles.
Los refugiados españoles que llegaron a México entre 1939 y 1942, al estallar la Guerra Civil en España, tuvieron una especial conexión con las montañas mexicanas. Fue un espacio de realización y superación personal pero, sobre todo, los volcanes les permitieron encontrarse a sí mismos en un país que no era el suyo, así como canalizar esa “energía de lucha” de la que se habían empapado en la guerra -que no pudieron pelear-, con el fin de crear un mundo mejor.
¿Cuál era el pasado de Fernando Lipkau, conocido como “La araña”, uno de los más grandes desarrolladores del alpinismo mexicano? ¿qué representó, para los exiliados alpinistas, poder ascender las montañas mexicanas? ¿cuál es la legendaria historia de la Ruta Directa, abierta por Lipkau y Zabre en 1955 y que no tuvo nunca repetición?
Estas y otras preguntas nos responde Elisa Lipkau -hija de Fernando Lipkau “La Araña”-, quien redactó el siguiente texto lleno de historia, aventura, pasión y fotografía de la época.
Fernando “La araña” Lipkau (Barcelona España 1925-Cuernavaca Morelos 1995)
Exiliado español en México por la guerra civil, desde 1943. Fotógrafo, alpinista y escalador de roca: uno de los mayores protagonistas de la época del llamado “alpinismo heroico” en México. Abrió y fotografió algunas de las rutas más arriesgadas de la alta montaña mexicana, entre ellas la Directa al Pecho en el Iztaccíhuatl en compañía de Lenin Zabre, La Norte de la Cabeza del Iztaccíhuatl, o la Ruta Directa al Popocatépetl.
Dejó uno de los archivos más completos y grandes de nuestro país sobre montañismo (mismo que su hija conservó y digitalizó para el proyecto documental que realizó de su vida y obra con apoyo del FONCA y la Fundación Televisa).
De una amistad sobre hielo: Fernando Lipkau Echeverría y los refugiados españoles en los volcanes de México. Por: Elisa Lipkau
Reproducido con autorización de la autora, Elisa Lipkau.
Cuando yo tenía siete u ocho años, mi padre, Fernando Lipkau, se sentaba en el jardín de nuestra casa de Cuernavaca a recordar en compañía de su amigo Augusto Fernández Guardiola y con la ayuda de unos whiskies, sus aventuras de juventud en los volcanes Izta-Popo, Pico de Orizaba, la Malinche, el Cofre de Perote. De hecho, ambos construyeron sus casas de descanso en ese lugar de la entonces llamada “ciudad de la eterna primavera”, porque desde ahí se ve el Popocatépetl.
En aquella época yo era muy joven y no ponía mayor atención en las historias que contaban los viejos, razón por la cual, después de la muerte de mi padre y de su amigo Augusto, emprendí el proyecto de reconstruir algunas de esas legendarias aventuras de montaña de los exiliados españoles en México, a través de los relatos de los que aún sobrevivían y con ayuda del valioso archivo fotográfico que me legó mi padre, dueño de una de las tiendas de fotografía más famosas en los años cincuenta en México: Lipkau Fotostat.
Aunque poco conocido como fotógrafo y más como empresario de la fotografía, veremos aquí que su archivo es uno de los acervos fotográficos de alta montaña más completos e impactantes en nuestro país.
Este proyecto implicó recuperar y restaurar digitalmente más de tres mil fotografías que Fernando tomó durante tres décadas de todas aquellas experiencias de alta montaña en las que, junto con sus amigos refugiados españoles y algún que otro “colado” mexicano como Lenin Zabre, uno de los mejores y más audaces montañistas de la época, “abrieron”, como se dice en el argot de los montañistas, las rutas de exploración a los volcanes Izta-Popo que se utilizan hasta hoy.
Este artículo reconstruye la amistad de Lipkau y Fernández Guardiola sobre las nevadas cumbres de los volcanes, que se convirtieron para ellos en una tierra ideal de la cual se apropiaron y que se apropió a su vez de ellos, pues muchos refugiados descansan en las heladas laderas de la mal llamada en español “mujer dormida” y la propia traducción del náhuatl: la “mujer blanca” para el Iztaccíhuatl y el “cerro que humea” para el Popocatépetl.
Tal vez, incluso ellos mismos, los refugiados españoles que fallecieron en México, decidieron que sus cenizas fueran depositadas o esparcidas en estos volcanes, porque para ellos “La volcana” y “El Popo” fueron ese espacio ideal en el cual reconstruir sus identidades como desterrados. Ellos, que habían sido injustamente expulsados de su tierra, encontraron aquí otra; tal vez aún más hermosa y más helada y, a través de recorrerla y explorarla, se encontraron a sí mismos: renovados.
El origen de Lipkau
Mi padre llegó a México alrededor de 1943, como muchos otros refugiados españoles, aunque su padre no era republicano, como tal vez Fernando hubiese querido. Mi abuelo, el señor Lipkau Balleta era de origen polaco y de una familia noble: mi tátara-tátara abuelo, el Conde Benjamín Ludwik de Lipka, había nacido en Varsovia en 1791 y fallecido en Polonia en 1851.
Contrajo matrimonio con Marie Ann Hochfeld y sus títulos nobiliarios se unieron: tuvieron muchos hijos y uno de ellos, Theodore, nacido en 1823, por razones desconocidas (al parecer una guerra), emigró a París donde cambiaría su apellido a Lipkau. Este dato, unido al de su salida intempestiva de Varsovia, me hace pensar en la posibilidad de que fueran perseguidos por su origen judío; pero no puedo comprobarlo y mi padre nunca profesó ninguna religión, de hecho, siempre fue anticlerical, como casi todos los refugiados republicanos.
El señor Lipkau, mi abuelo
El doctor Theodore de Lipkau contrajo matrimonio en París con Fanny Barberger el 5 de diciembre de 1886; tuvieron dos hijos y una hija llamada Ana. Sus dos hijos, Eugene y Luis, emigraron a América: Eugene emigró a Chicago, y sus descendientes (a quienes contacté a través de la página www.ancestry.com en Internet), me enviaron documentos relativos a esta historia de familia.
Mi abuelo, Fernando Lipkau Balleta, nacería en Orizaba, Veracruz, el 20 de febrero de 1895 y quedaría huérfano de padre a los ocho años, pues su progenitor, Luis Boleslas de Lipkau, falleció en 1902 o 1903 en circunstancias desconocidas; probablemente víctima de una enfermedad tropical que adquirió trabajando en su finca tabacalera. Fernando Lipkau Balleta regresaría con su madre y sus dos hermanos a Europa, poco tiempo después.
Sabemos, por su declaración en 1943, al entrar a América por los Estados Unidos, que era comerciante y al parecer trabajó para la Ford en Alemania, antes de mudarse a Barcelona, donde contrajo matrimonio con una mujer de origen navarro llamada María del Pilar Echeverría Bastan: mi abuela, nacida en Dicastello, Navarra, el 13 de octubre de 1901. Al parecer sus padres, solo registrados como Don Eusebio y Doña Marciala, eran de origen muy humilde.
Fernando y la guerra
Mi padre nació en Barcelona el 18 de agosto de 1925 y al estallar la guerra civil en 1936 apenas tenía unos once años. No pudo participar como miliciano en el frente, aunque sin duda le hubiese encantado, pero fue enviado a Pamplona a estudiar con su tío materno. Ahí sobrevivió el conflicto bélico y probablemente adquirió el gusto por las montañas.
Según testimonio de mi madre y segunda esposa de Lipkau, Graciela Henríquez, en su adolescencia estudió en la Institución Libre de Enseñanza (fundada por Francisco Giner de los Ríos que también fundó la Residencia de Estudiantes, en la que estudiaron Dalí, Buñuel y García Lorca) durante un tiempo breve, tal vez algunos meses apenas, antes de salir de España exiliado; pero ese breve tiempo haría que a su llegada a México se acercara a los grupos de exiliados españoles republicanos y se adscribiera a esos ideales.
El mismo año de 1943, pero probablemente unos meses antes de la llegada de mi abuelo por los Estados Unidos, mi padre pudo salir como refugiado de España con su familia, incluido el señor Lipkau Balleta, su madre y sus dos hermanas. Al parecer zarparon desde Portugal en el barco Serpa Pinto.
El puente España-México
Al igual que todos los refugiados españoles, mi padre y Augusto Fernández Guardiola, quien se volvería uno de sus mejores amigos al llegar a México y uno de sus mentores en cuanto a los valores republicanos (según testimonio de Joaquina Rodríguez Plaza, la primera esposa de Lipkau), como exiliados, vivieron historias muy difíciles y muy tristes para dejar su país y llegar aquí.
No obstante, una vez en tierra mexicana, como diría el escritor José de la Colina en una entrevista que realicé en su casa de Coyoacán: Para mí el exilio fue más una ganancia que un drama y todos los que se quedaron (en España) la pasaron mucho peor, pues fueron encarcelados, torturados y fusilados por el gobierno de Franco.
Aquí en México en cambio, ellos llegaron a ser recibidos por el gobierno de Lázaro Cárdenas, a quien debían la vida, así como al cónsul de México en España, Gilberto Bosques. La historia de Juan Laguarda es tal vez la más triste y más difícil, como dijo Joaquina, porque él llegó con los que fueron llamados más tarde Niños de Morelia. Augusto, Fernando y otros muchos jóvenes españoles refugiados como Ramiro Ruiz o Eduardo Rodríguez Zamacois, así como los demás miembros de la palomilla española, se reunían en las noches en los cafés: como el Tupinamba y el Campo Amor (según testimonio de Juan Laguarda, también maestro de fotografía para mi padre y uno de sus buenos amigos) ya que entre ellos, al llegar a México, se repitió este gesto de la cultura española de tomar el café y conversar con los “paisanos” como una forma de sentirse en casa fuera de ella.
Es bien sabido que, como dice Joaquina Rodríguez Plaza, “había una voluntad de reunirse con aquellos que habían vivido también el exilio y compartían los mismos valores de la República Española” y vivían, como afirma José de la Colina, “en un mundo aparte, una especie de España fantasmal” que trataban de replicar en sus casas, en las escuelas que hicieron para sus hijos en México, como el Instituto Luis Vives y el Instituto Madrid, que eran como pequeñas Españas dentro del D.F. y en sus puestos de trabajo como el famoso Café Villarías en la Calle de López esquina con Ayuntamiento, donde siempre se escuchaba el fuerte ceceo de la pronunciación de su gerente, el señor Villarías, y que hasta la fecha, incluso fallecido el dueño, todavía conserva en los muros fotografías de la guerra civil española y los héroes del ejército republicano; es más, su imagen en Internet es un sello del Consulado General de la República Española que parece estar adosado en el negocio a una escalera.
La llegada de Fernando y Lipkau Fotostat
Al llegar a México desde Cuba, “con la mano en la cintura” y sin un centavo, Lipkau trabajó un tiempo en una tienda de abarrotes llamada “La Hormiga”, en la calle de López, donde él vivía con su madre y sus dos hermanas. En aquellas épocas un joven Fernando menor de 17, mantenía a las tres mujeres recién llegadas con ese oficio de expendedor y, según testimonio de su segundo hijo Fernando Lipkau Rodríguez, en aquellas primeras épocas de su llegada a México, nuestro padre trabajaba tan literalmente “de sol a sol” que dormía bajo el mostrador.
Tiempo después, pero al parecer en ese mismo año de 1943, llegaría a México el padre de mi padre, el señor Lipkau Balleta, desde los Estados Unidos, por donde había entrado al continente después de pasar algunos meses en la cárcel en Inglaterra (al parecer por cargos de espionaje durante la Segunda Guerra Mundial que no se le pudieron probar), y con un dinero que traía montó un negocio de fotografía, revelado e impresión en el centro del Distrito Federal, en la calle Artículo 123 número 90.
Mi padre trabajó ahí con su padre como socio y jefe durante más de diez años. Los diversos testimonios indican que la relación de Fernando con su padre era muy tensa y tuvo que soportar seis días de trabajo a la semana; por lo que, según la misma Joaquina, disfrutaba mucho los domingos, que eran los únicos días en que podía salir de excursión. El negocio de los fotomurales iniciado por él en Lipkau Fotostat se convirtió en una mina de oro para él y su padre y en dos décadas Fernando ya tenía como clientes a empresas tan importantes como Petróleos Mexicanos y había generado una pequeña fortuna dentro del negocio familiar.
Lipkau trabajó en la tienda de su padre hasta independizarse más adelante y montar su propio negocio, que se traspasó a la colonia Condesa y más tarde a la colonia Juárez, ya con el nombre de Copytec. El señor Lipkau regresó a Miami, donde había hecho negocios al llegar de los Estados Unidos, y ahí se estableció con su esposa y su hija menor, mi tía Carmen.
El abuelo moriría el 8 de julio de 1966, dejando a mi padre un problema legal ante la sucesión testamentaria, por la que Fernando terminó en la cárcel: fue acusado de abuso de confianza por su propia madre y de haberle robado el negocio familiar. Por ello cumpliría condena en Lecumberri, donde entró en marzo de 1967. Por su enorme organización (había guardado todas las cuentas del negocio por décadas), Fernando pudo comprobar que su madre mentía, ya que Lipkau Fotostat había sido trabajado siempre por él y repartirlo en partes iguales entre los tres hermanos, como era la voluntad de sus padres, era totalmente injusto.
Aun así, Fernando optó por desentenderse absolutamente de la herencia que su padre le había dejado sobre ese negocio y montar otro, que fue justamente Copytec. Lipkau Fotostat fue conservado por algunos años más por Juan Laguarda, amigo íntimo de Lipkau, quien lo trabajó para la hermana de Fernando, Ana, hasta que los malos manejos de esta misma le hicieron traspasarlo y más tarde cerrarlo. Lipkau salió de Lecumberri para ser recibido por sus amigos en septiembre de 1967. Le fueron retirados todos los cargos.
Dos décadas después, ya como padre de cuatro hijos, entre ellos yo (su hija menor), el temblor del 85 acabó con el negocio de Copytec, pero ya para entonces, además de su trabajo comercial, Fernando había reunido un archivo fotográfico personal de más de tres mil negativos, donde el tema principal era el montañismo: su actividad recreativa favorita.
El perro andaluz y el balcón vacío
En sus últimas décadas Lipkau fue socio, aunque no fundador, del Mesón del Perro Andaluz que se convirtió en uno de los sitios de reunión más importantes de los refugiados españoles en México, en los años sesenta. En ese ambiente se gestó un importante movimiento cultural, ahí en medio de la Zona Rosa, en la calle de Copenhague.
En el café que fue una especie de antecedente del Perro Andaluz, el café Tirol, se gestó la película más representativa del exilio republicano español en México: En el balcón vacío, de Maria Luisa Elio y Jomí García Ascot. En esta película que comenzaba con una apacible escena filmada en una hipotética España inexistente (que en realidad eran las instalaciones del Instituto Luis Vives, en México; “la España fantasmal” a la que se refiere José de la Colina), vemos a una familia pasando el domingo tranquilamente y a una niña desarmando un reloj. Entonces aparecía de manera intempestiva (como la guerra misma), un miliciano republicano que escapaba de la guardia civil y se descolgaba por un balcón frente a la niña.
A mi padre lo eligieron para actuar el papel del miliciano porque, aunque no era actor, era muy bien parecido y podía ser su propio doble al descolgarse de la azotea hasta el balcón, tal como lo hacía en las paredes de “La volcana”, pues aunque ya en esa época Fernando escalaba menos, porque se había lastimado la espalda en una caída en los pies del Iztaccíhuatl en el año 52 o 53, su reputación como escalador de roca perduraba y aún se le conocía con el sobrenombre que adquirió en la montaña: “El Araña”.
Resulta curioso pensar que el exilio español en México fue justamente como esta simbólica secuencia de la película de Jomí: un salto al vacío para encontrar la libertad y escapar del franquismo.
Las Juventudes Socialistas Unificadas de España en México y el Club Eugenio Mesón
Como Lipkau trabajaba tan duro en la tienda de su padre durante los primeros años cincuenta, no pudo ir a la universidad y disfrutaba muchísimo los domingos, sus únicos días de asueto, para aproximarse a los volcanes y ver a sus amigos, como Augusto Fernández Guardiola, neurofisiólogo, y José Luis Lorenzo, arqueólogo. Con ellos compartió la montaña mexicana y de ellos aprendió los valores del ejército republicano y muchas cosas más sobre la vida y la ciencia. Ellos aprovecharon a Lipkau como su guía de montaña.
En los panfletos del Club Eugenio Mesón de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), editados por mi padre en Lipkau Fotostat, podemos ver las fotografías de su archivo y los recuentos de las diversas rutas de exploración y estructuras que seguían para organizar los grupos de exploradores en la montaña.
Siempre había un guía que abría el camino y un retaguardia que cerraba la excursión. Augusto Fernández y Pepín Carbó eran también guías, así como llegó a serlo el mismo Manolo Martínez y Ramiro Ruiz Durá, cuyos primeros pasos en la montaña, cuenta haberlos dado a partir del apoyo y cariño recibido de mi padre, al punto de que en la montaña lo empezó a llamar “papá”.
Lipkau era para Ramiro un padre en el montañismo, pues no solo lo había formado, pero también en todos los sentidos: Para mí –confiesa– era la imagen del vencedor: era un hombre muy bien parecido, yo hubiera querido ser tan bien parecido como él, tenía una conversación extraordinaria, tenía el auto que todos queríamos… Y así Lipkau se convirtió para él en el guía con el que subió por primera vez al volcán Popocatépetl por la Ruta Directa.
Pero a pesar de todo lo que Lipkau había obtenido a lo largo de su corta vida en México, existía algo de lo que carecía, que era una educación científica o académica que le hubiera gustado tener, y como no la tenía, la suplía con el conocimiento de sus amigos y conocidos, principalmente del exilio.
Así, a través de Augusto Fernández, entró en contacto con el resto de la palomilla de españoles refugiados que se habían reunido en las Juventudes Socialistas Unificadas de España en México, dentro de cuya organización política existía una peña de teatro y un coro; además, organizaban juegos deportivos y competencias de atletismo, había una liga de fútbol y por supuesto, un club de excursionismo o de montañismo. “Tu padre –nos cuenta Ramiro Ruiz– no iba a las JSU muy seguido, aunque sí, a veces, asistía a la peña de excursionismo”, que se llamaba peña Eugenio Mesón, en homenaje a uno de los héroes de la República Española. Según testimonio de un mexicano asiduo a la peña, Lenin Zabre Ramírez, en ocasiones llegaron a compartir la presencia de Lipkau en el coro de la peña. No obstante, sin duda, el mayor pasatiempo de El Araña era la montaña.
En aquellas épocas estaban muy de moda los volcanes –recuerda Lenin Zabre– y se publicaban muchas notas en los periódicos como el Esto sobre ascensiones y demás.
El archivo que Lipkau produjo con las fotografías que tomó a lo largo de treinta años de continuas ascensiones, reúne, como un atlas arqueológico, las diversas rutas de exploración que se abrieron en su época, principalmente al Iztaccíhuatl, pero también al Popocatépetl, la Malinche y el Pico de Orizaba; algunas de esas rutas, como la Directa al Pecho del Iztaccíhuatl, fueron abiertas por Lipkau en compañía del gran montañista Lenin Zabre.
Lenin Zabre y la Ruta Directa
Lenin Zabre Ramírez nació en Guadalajara, Jalisco, en 1931, era seis años menor que Lipkau, y en su adolescencia su mamá los hizo a él y a su hermano ir a la Ciudad de México con la promesa de que aquí podrían explorar “los famosos volcanes”. Lenin conoció a Fernando una noche en la peña: Jugando ajedrez, que a tu papá le gustaba mucho, nos pusimos a platicar.
Se venían unos días de fiestas patrias y me dijo tu papá: ¿qué te parece si para conocernos (como montañistas) vamos estos días de fiestas patrias a recorrer los glaciares orientales? Pero los glaciares orientales ya los conocía Fernando y Lenin también, y eran una ruta no muy difícil pero muy cansada en el Iztaccíhuatl, por el lado de Puebla; así que decidieron recorrer una ruta que Lenin acababa de abrir solo, en la pared norte de La Cabeza del Iztaccíhuatl. Una escalada bonita, “no muy expuesta”, según Lenin Zabre, pero muy poco recorrida por los grupos de exploradores en aquella época. Y total, que fueron y le encantó a Fernando.
Bajando de La Cabeza camino del refugio de Chalchoapan, que estaba en El Cuello, vieron de pronto, al fondo, una pared de hielo enorme que terminaba en la cima del Pecho. Fernando preguntó a Lenin qué era esa pared. Lenin le aseguró sin dudarlo que era la Directa del Pecho, aunque en esa época se consideraba “la directa” una ruta adyacente que se hacía rodeando dicha pared por la izquierda y subiendo más bien del Cuello al Pecho por la llamada Arista de la Luz. Fernando preguntó a Lenin si se animaba a intentar la subida de esa pared y Lenin, sin dudarlo, le dijo que si él se animaba, con gusto lo acompañaría. Quedaron de regresar a escalar la ruta directa quince días después.
La guerra civil y la guerra del 45′ en la montaña
Augusto Fernández, que era un poco mayor que mi padre, sí había participado directamente en la lucha (al parecer, según testimonio de su hijo menor, Augusto Fernández Mas, su abuelo trabajaba en la radio republicana en el frente) y, de hecho, su padre todavía conservaba alguna de sus mochilas de lona con las que cargaba en las excursiones, ya en México. No obstante, según testimonio de José Azorín, fundador de la editorial Era junto con Neus Espresate, las mochilas, y en general el equipo con el que iban a la nieve era principalmente obtenido de los saldos del ejército americano y eran mochilas y equipo de la guerra del 45, es decir, la Segunda Guerra Mundial.
Al parecer, Augusto y Fernando tomaban sus exploraciones en la montaña con la pasión de los soldados del ejército republicano en el frente y hacían a Neus Espresate y Joaquina, así como a los otros miembros del club de exploraciones Eugenio Mesón “resistir y callarse” en aquellas ascensiones. Lipkau y Augusto Fernández, así como el inseparable José Carbó y Orfeo Manzanares, que se mató en una moto siendo muy joven, eran los más experimentados montañistas de la época y los más grandes amigos.
En el archivo de mi padre todavía existen fotos de ellos cuatro en diversas situaciones de montaña en los volcanes Izta-Popo y también en las Estacas, en Morelos, donde a veces solían “bajar a descansar” después de un día de exploración en los volcanes. “Tu padre y Augusto Fernández –recuerda Jordi– fueron los que nos enseñaron la montaña.
Ellos fueron los que nos enseñaron a disfrutar la nieve y todo eso, a caminar en ella, dando tres pasos y parando, pero nunca sentarse, sino subir, subir, subir…” Jordi también recuerda que, junto con Augusto y Manolo Martínez, un día participaron en “una triple”, es decir, tres rutas al Iztaccíhuatl. Unos iban a subir por Los Pies, otros por El Cuello y otros por La Barriga y se iban a encontrar en El Pecho. Jordi subió con su equipo ese día, los tres mencionados antes, por la ruta del Cuello.
El montañismo fue sin duda para los refugiados españoles en México una experiencia formativa de la personalidad, en la que se entrenaban arduamente para resistir cualquier prueba de altura con la misma determinación con que habrían peleado la guerra en España, si les hubieran permitido lucharla, ya que muchos de ellos salieron demasiado jóvenes y fueron llevados por las circunstancias.
Los volcanes de México y la memoria de España
Al mismo tiempo que una experiencia formativa, el montañismo fue una diversión para ellos, una manera de olvidarse de aquel mundo ideal e inexistente, “la España fantasmal” a la que se refiere José de la Colina, en la que vivían. La montaña era el único lugar donde ellos podían ser simplemente libres. Así, los volcanes eran un juego, una gran diversión.
Recuerda Jordi Espresate, como demuestran las fotografías (una de las cuales debió ser tomada por Pepín Carbó, porque en ella aparece Lipkau esquiando en las faldas del Popocatépetl): “Subíamos a cuatro mil metros y nos aventábamos como podíamos y frenábamos con el culo. Y después… vuelta a subir con los esquís a pie, hasta los cuatro mil metros y vuelta a frenar con el culo”.
El archivo de Lipkau: rescate fotográfico del performance español en la montaña
La imagen más antigua que tengo de Fernando sosteniendo una cámara, que rescaté junto con su archivo de la destrucción después de su muerte, es la de un joven de unos diecisiete años por lo que, seguramente, entre la llegada de su padre a finales de 1943 y la fundación de la tienda Lipkau Fotostat, mi padre se hizo de una cámara y comenzó a retratar a sus amigos en las salidas a la montaña.
Además de Augusto Fernández Guardiola y de José Luis Lorenzo, mi padre sirvió de guía para otro personaje de la República Española, un foto-reportero alemán llamado Hans Gutman, quien se castellanizó el nombre al pasar por la Guerra Civil Española y al entrar en las filas del ejército republicano, donde le llamaron Juan Guzmán y se volvió muy famoso en México por su trabajo como foto-reportero para las revistas ilustradas de la época en Estados Unidos: Time y Life.
Mi padre también se encargó, además de llevar sus cenizas al Popocatépetl al morir Juan en 1983, de asegurarse que su esposa, Teresa Miranda, pusiera el suficiente empeño y dedicación para acomodar los negativos de Juan en instituciones de renombre que pudiesen garantizar el futuro de los negativos y su conservación.
Gracias a mi padre, Teresa pudo vender el archivo de Juan correspondiente a las fotos que había tomado en la guerra civil española a la agencia de foto-reportaje AP; los negativos tomados por Juan en México para las revistas Time y Life en español, fueron vendidos al Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, que hasta la fecha los conserva en su archivo.
Los negativos que el fotoreportero tomó durante las filmaciones de las películas de Gabriel Figueroa y todo su archivo personal y, por lo tanto, las fotos que Juan le tomó a mi padre y a la palomilla de españoles en la alta montaña mexicana, las vendió Tere Miranda al Archivo de la Fundación Televisa, que hasta la fecha resguarda este material.
Las fotografías de Juan Guzmán cuyos negativos originales posee la Fundación Televisa, pero cuyas copias o impresiones de la época, impresas por el propio Juan y con su sello de copyright, poseo en mi archivo, ya que fueron regalo de Juan a mi padre, retratan en los volcanes a Lipkau, Augusto Fernández, José Carbó, entre otros, y demuestran el grado de destreza o temeridad que poseían estos refugiados.
Como lo habían perdido todo antes de llegar a México, quizás no les importaba perder la vida, al menos en aquella dorada época de su juventud en la que podían lanzarse a rapel descendiendo sobre una cascada dentro de una pared de roca en la cañada de Nexpayantla, en el Popocatépetl, o saltar sobre una grieta de hielo en las famosas grietas del Popo.
Además del archivo de Lipkau en sí (los dos mil negativos que he digitalizado a lo largo de tres años de apoyo del FONCA), los panfletos del Club Eugenio Mesón registran otras rutas o rutas a otros lugares, en ocasiones de más fácil acceso, donde asistían con el propio Club Eugenio Mesón o con otro club que parecen haber formado más tarde los refugiados y que se llamaba Guadarrama, que también publicó su propio panfleto (editado igualmente por Fernando en Lipkau Fotostat) en el que se registran imágenes de los volcanes en los años cincuenta, tomadas por Lipkau o por Juan Guzmán y que registra los grupos de exploradores que subían, en aquella época, como la inmejorable foto que tomó Juan de Joaquina Rodríguez, la que sería primera esposa de mi padre, subiendo el Popocatépetl por la Ruta Directa con Augusto Fernández, entre otros, alrededor de 1953.
Las imágenes publicadas por Fernando en los panfletos de los clubes que él mismo editaba con ayuda del profesional que era su amigo José Hernández Azorín, así como todos los álbumes que Lipkau regaló a sus amigos y que yo llegué a ver en el caso de Joaquina y Julita Rodríguez Plaza, José Azorín, Neus Espresate y Lenin Zabre, así como la esposa de Pepín Carbó: Margarita Zavala, demuestran que el archivo fotográfico de Lipkau fue mucho más vasto de lo que nadie creyó. Algunos de los testimonios de sus amigos y familiares nos hacen creer que Fernando nunca se consideró a sí mismo como fotógrafo, sino acaso como un empresario de la fotografía, aficionado a tomar fotografías en los días de excursión, pero su archivo es mucho más grande y preciso que el de un aficionado.
Las fotografías de Lipkau no solo registran con una mirada antropológica las imágenes de los españoles como una comunidad en el exilio, reconstruyendo sus identidades a través de la exploración en alta montaña, registrando sus experiencias y la forma emotiva en la que interactuaban con estos majestuosos paisajes, con la tierra mexicana que los había adoptado.
Tal vez por inspiración de su amigo José Luis Lorenzo, quien según testimonio de Jordi Espresate “se pasaba días en el volcán estudiando los glaciares”, o por la de su otro amigo académico, el geógrafo norteamericano Sidney White, a quien mi padre llevó muchas veces a explorar la cañada de Nexpayantla, Fernando también fotografió los volcanes como un arqueólogo, con la misma precisión y metodología, pero sobre todo, con la misma perseverancia. White publicó sus descubrimientos guiados por Lipkau en la Revista de la Universidad de Ohio, Apalachia donde trabajaba.
No me consta que José Luis Lorenzo haya publicado en México algo relativo a su relación con mi padre o con los volcanes, pero todos ellos: Augusto Fernández, José Luis Lorenzo, Juan Guzmán y Sidney White, maravillosos científicos y hombres de la República, así como un incansable ingeniero mexicano llamado Lenin Zabre, fueron la inspiración de Lipkau en la montaña.
La legendaria historia de la Ruta Directa
Quince días después de escalar en compañía de Joaquín Feijó la Ruta Norte de La Cabeza, Lenin y Fernando se reunieron para intentar la Directa del Pecho. Lenin Zabre sabía que era una ruta muy expuesta y que mucha gente había muerto intentándola: la verdadera Ruta Directa, porque la que comúnmente llamaban Directa, que era por El Cuello y la Arista de la Luz, no implicaba mayor riesgo, pues no pasaba por la pared de hielo que Fernando y Lenin pudieron observar desde el refugio de Chalchoapan en la base del Cuello.
Existía una segunda Ruta Directa, pero tampoco pasaba por la mítica pared de hielo que ellos pensaban acometer y que Lenin calculó en 70 metros de altura, casi verticales en su parte más inclinada.
La mayor parte de la gente que decía hacer la Ruta Directa al Pecho, salía del refugio de Chalchoapan hasta llegar al llamado “Ojo de Ballena”, un roquedal en el hielo con forma redonda que quedó en el espacio donde antiguamente existió una saliente de hielo, que era parte del glaciar inferior del Pecho y que la gente solía llamar el “Ala de Ángel”, por la forma que tenía.
A partir de ese punto del glaciar, la ruta “directa” que todo el mundo tomaba no era nada directa, sino que rodeaba por la izquierda el Ojo de Ballena y subía por El Cuello siguiendo por una loma bastante inclinada que era la mencionada Arista de la Luz hasta El Pecho. En cambio, la directa que ellos pensaban acometer no esquivaba la pared de hielo, sino que la enfrentaba directamente.
Así pues, salieron de Amecameca y por la cañada de Las corcholatas, más conocida como la cañada de Chalchoapan subieron caminando ocho horas entre el bosque, acompañados por un arriero que se llamaba Benito, con una mula que les cargaba el equipo. Al llegar al albergue de Chalchoapan, en la base del Cuello del Iztaccíhuatl, ya estaba oscuro. “Toda la noche estuvo la ventisca sonando”, recuerda Lenin Zabre. “Y se metían montones y montones de nieve en polvo por las ventanas del albergue que ya estaban rotas por el afán destructivo de nuestros compañeros excursionistas”. Toda la noche se metió la nieve y no pudieron “pegar el ojo”. Ya amaneciendo seguía la ventisca. “Como a las ocho de la mañana que ya desayunamos y todo –recuerda Lenin– le dije a Fernando que o nos íbamos a intentarlo o ya mejor ni subíamos”.
Se vistieron y se equiparon y se despidieron del arriero Benito y su sobrino, quienes los iban a ver escalar la pared, por si acaso se caían ir a recoger sus cuerpos; y si no se caían, llevarles el equipo y encontrarlos de regreso en La Joya, por donde ellos bajarían, a Los Pies del Iztaccíhuatl. Comenzaron a subir y Fernando, que llevaba su cámara, “una Voigtlander de cajón”, recuerda Lenin Zabre, la sacó, le abrió el fuelle, le pidió a Lenin que se colocara al lado de un inmenso bloque de hielo que habían encontrado en el comienzo de la subida y le tomó la primera imagen de la ascensión. Ascensión que se volvió legendaria y bloque de hielo del tamaño del Propio Lenin que había caído de arriba: de la pared que pensaban poder escalar.
Las fotos documentan una ruta donde, después de ascender todo el glaciar inferior del Pecho y pasar una parte “a caballo”, montados en el glaciar como si fuera un “caballete de hielo”, porque dice Lenin que a cada lado había una pendiente o caída, pues la arista por la ascendían era muy estrecha: entonces se enfrentaron con la famosa y deseada pared de hielo de la Directa. Lenin recuerda que comenzaba con una inclinación de setenta grados, misma que continuaba incrementándose hasta llegar a los noventa grados, es decir, la completa vertical.
Él calcula que entre ambos debieron escarbar unos 250 escalones ese día, a través de la mítica pared. Un escalón escarbado en el hielo con el piolet por cada 30 centímetros, para poner la mano y la bota de cada lado. En ocasiones, Fernando dejaba su cámara y tomaba la delantera para ayudar a Lenin a descansar, tallando él algunos escalones.
Así siguieron hasta el punto más inclinado de la pared. No obstante, incluso en ese momento, el más arriesgado de todos, Lipkau registró el acontecimiento, esa gran hazaña de Lenin Zabre de acometer y abrir por primera y última vez la ruta más difícil jamás acometida en el Iztaccíhuatl: Fernando tomó su cámara mientras aseguraba al mismo tiempo a su compañero que estaba arriba jugándose la vida y le tomó algunas imágenes inolvidables, en particular aquella en la que lo observamos completamente desde abajo, desde la perspectiva de Fernando y podemos ver las suelas de las botas de Lenin entrando el hielo y el sol entrando al cuadro al mismo tiempo, entre la pared y el propio alpinista, en todo su esplendor; siendo las doce del día: el sol estaba en el cenit y esa imagen es, como afirma Lenin “la imagen de la completa vertical”.
Tiempo después, ya en la Ciudad de México, Fernando le enseñó a Lenin las imágenes reveladas y algunas impresiones de pequeño formato, casi del tamaño de un contacto, que le regaló a Lenin y él se fijó en la imagen de la vertical; entonces “me enojé mucho con él”, recuerda, “y le pregunté: ¿Oye Fernando, y esta foto?”. “Pues te la tomé cuando estabas escalando la pared”, afirma Lenin que respondió él: “¿Y si me mato?”- “Pero no te mataste”… “¡No te mataste!”, le dijo Lenin enojado, pero “podía haberlo hecho”. Mucho tiempo después, ahora que atesora sus fotos de aquel día, Lenin afirma: “Pero valió la pena la foto”.
Nadie más nunca acometió esa ruta, porque la mítica pared se deslavó poco después. Y lo que sí es seguro: nadie tiene las fotos que mi padre le tomó a Lenin Zabre allí, (bueno, nadie las tenía antes de subirlas a Facebook claro). Lenin afirma que encontró a unos compañeros del Club de Exploraciones de México en la cima del Pecho aquel día en que escalaron la Directa. Acampaban en El Pecho porque estaban entrenando para ir al McKinley y le preguntaron a Lenin qué tal había estado la “Arista de la Luz”. Lenin, con su clásica arrogancia de montañista que puede conquistarlo todo, respondió: “¿Arista? ¿Cuál arista? Yo no vi ninguna arista”. “¿Entonces por dónde subiste?”, le preguntaron. “Yo subí por aquí”, dijo Lenin, y le señaló la caída de hielo a sus espaldas. Marcelo Villavicencio, que era su amigo del Club de Exploraciones, no dijo nada, pero afirma que unas semanas después se lo encontró de nuevo y le comentó que habían ido con un grupo a intentar la pared que ellos hicieron. “¿Y qué tal? –preguntó Lenin– ¿Les gustó? ¿Está bonita verdad?”
No, pues… llegamos hasta el glaciar –le respondieron– lo subimos todo, llegamos a la base de la pared y vimos todos los hoyos que ustedes hicieron unas semanas antes… y nos regresamos.
Eso fue lo que le respondió a Lenin su amigo Marcelo Villavicencio. Lenin Zabre afirma que nadie más que él y Lipkau subieron esa legendaria pared de hielo. Tiempo después, la ya entonces mítica pared, se deshieló. La historia de la Ruta Directa se convirtió en la razón y el inicio de este proyecto. Unos años después de la muerte de mi padre, Lenin Zabre fue a buscarme a mi casa para pedirme que rescatara del archivo de Lipkau las fotografías que, por alguna razón desconocida, mi padre no le había impreso en aquella época de la ascensión, el año 1955 en que realizaron dicha proeza, y que él publicó en el número del 25 aniversario del diario deportivo Esto, pero que desde entonces nadie había visto.
Busqué las fotografías entre el archivo que tenía guardado de mi padre desde su fallecimiento y los primeros negativos que aparecieron fueron los de la Ruta Directa. Ahí empezó todo un viaje: la realización de este proyecto que también es un proyecto documental y que, hoy en día ya puede verse terminado.
Lenin Zabre fue, sin duda, la mayor inspiración en la montaña para Fernando Lipkau, así como todos sus amigos inseparables en la montaña, a quienes está dedicado este artículo: Augusto Fernández Guardiola, Juan Guzmán, Juan Laguarda, José Carbó, José Azorín, Orfeo Manzanares, Eduardo Rodríguez Zamacoiz, Julián Pastor, Neus Espresate in memoriam. Dedicado, además, para todos los que aún viven y gracias a quienes pude escribir este ensayo y realizar el documental en video: Joaquina Rodríguez Plaza, Julia Rodríguez Plaza, Manolo Martínez, Ramiro Ruiz Durá, José de la Colina, Gustavo Lipkau Henríquez, Fernando Lipkau Rodríguez, Teresa Miranda, Margarita Zavala, y Jordi Espresate, Federico Álvarez y Graciela Henríquez de Lipkau entre todos los demás cuyos testimonios ya no pudieron entrar en el documental, como el del doctor Héctor López Gil, el escritor Gustavo Esteva, el restaurantero Héctor Flores, la querida Edelmira Barajas, el señor don Adolfo Martínez; gracias a todos por su participación, sin ellos nunca lo podría haber logrado.
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