Diego Romero es egresado en comunicación, freelance en producción audiovisual y aprendiz en un estudio de tatuajes, le apasionan el cine, los videojuegos y la cultura geek. Hace poco descubrió el mundo del outdoor y desde entonces ha dado su apoyo a Freeman en eventos y funciones, así como a otros atletas en creación de material audiovisual.
Esta es la historia de cómo Diego Romero, artista audiovisual, descubrió la cultura de montaña a través de grandes personajes que le cambiaron la mirada.
Por: Diego Romero
Mi acercamiento al mundo outdoor comenzó hace poco más de un año, cuando fui convocado para cubrir un festival de cine de bicicleta de montaña, organizado por Trek. “¿Neta? ¿Un festival de cine de bicicletas de montaña? ¡Qué curioso!”. Mi único acercamiento a este tipo de material audiovisual (hasta ese entonces) era un vídeo de hace 8 años de una competencia de Downhill en Chile, el cual me gustaba mucho y pensaba “Quisiera practicar eso algún día”.
Mi mayor impresión fue ver la cantidad de gente que se dio cita ese día para la proyección, pero, quizá lo que más llamó mi atención fue observar que toda esa gente se conocía, se saludaban y congratulaban por sucesos de días atrás. Todo transcurría de lo más normal, mientras pasaban dos cosas por mi cabeza: “Esta gente, seguramente pertenece a un club o una escuela especializada y por eso todos se conocen” y “Espero no se termine la batería de mi teléfono para poder pedir un Uber de vuelta a casa”.
Durante la función, no comprendía del todo los cortometrajes, no me parecían otra cosa que vídeos caseros, pero con una muy buena calidad, todo esto hasta que, al finalizar los tres cortos sobre biking se proyectó uno sobre un grupo de personas apoyando a un chico con una discapacidad a lograr la cumbre de una montaña. Al principio me pareció algo raro que se proyectaran en una sala de cine, pues yo no los veía más que como vídeos de youtube, incluso como un reportaje de televisión. ¡Gran Equivocación!
Al término de la función, se entregaron premios a los asistentes. Como es mi costumbre, decidí esperar al final para agradecer la oportunidad de cubrir el evento y dar mis datos para mantener el contacto con la chica quien me apoyó durante el evento, sin saber que, desde ese entonces, su nombre me sonaría en varios lugares: Lorena Dromundo.
Unos meses después, nuevamente fui convocado para cubrir otro evento (de quien en ese entonces pensaba era un señor de apellido Freeman) llamado REEL ROCK 12, lo que resultó curioso, pues una semana antes acompañé a un amigo a preguntar sobre la inscripción en un muro de escalada (los cuales sabían que existían, pero nunca presté demasiada atención), y donde vi a un chico con una playera que tenía estampado ese mismo nombre REEL ROCK.
Días después, acudí al punto donde se haría la proyección del REEL ROCK, un sitio céntrico de la ciudad conocido como el Huerto Roma Verde. “Wey, hay un huerto en la ciudad… ¿Qué onda?, ni siquiera está lejos de mi casa, debo salir más.” Me dije. Fue ahí donde conocí a Freeman Outdoors.
Entendí lo básico del outdoors, la escalada y el festival Reel Rock, aunque aún me parecía extraño, digo, tampoco es que haya vivido debajo de una roca, tenía referencias sobre la escalada por el cine y la televisión (mis dos mayores ejemplos, la película Everest que se había estrenado 2 años atrás y el episodio de Los Simpson donde Homero escala una montaña llamada ‘El pico de la muerte’) pero aún me parecía sorprendente que existiera una comunidad en México, ¿Tendría este país que siempre vi como “pambolero” tremenda audiencia en el mundo de los deportes de aventura?
El día del Reel Rock llegó y, puedo decir que ese fue el día en que quedé maravillado no sólo por el mundo del outdoor en montaña, sino por la gente que lo vive y lo siente, lo que significa la escalada para ellos, desde un chico de unos 12 años quien me comentó entrena todos los días, hasta grupos de gente que al verlos mi primer pensamiento sería “Ellos no se ensucian las manos”.
Lo más increíble de todo fue la humildad, la hermandad y el apoyo que existe entre muchos de ellos que, a pesar de estar en ese momento compitiendo por el título del mejor escalador del festival, cuando no estaban enfrentándose en el muro, se encontraban abajo dando palabras de aliento a su contrincante. Ese espíritu deportivo fue el que me hizo darme cuenta que debía conocer más sobre este nuevo mundo en el que ahora, yo era el extraño.
Tras meses de colaborar con mis nuevos amigos y mentores en Freeman, recibí la indicación para cubrir una conferencia que impartiría Ricardo Torres Nava en el CEMAC (debo mencionar que los nombres no son mi fuerte, tal vez había escuchado sobre él en principio, pero lo olvidé por completo). Aquí fue donde lo más divertido de este año comenzó, pues ese señor daría una de las pláticas más impresionantes y brutales que había escuchado de alguien que las vivió en carne propia.
Una conferencia con alrededor de 100 personas, donde Ricardo nos narró su viaje y cumbre al Everest que le daría el título del primer mexicano en llegar a la cima de la montaña más alta del mundo. Las siguientes anécdotas que contó a detalle fueron percances que tuvo viajando por el mundo, para al final, concluir y agradecer en medio de lágrimas y aplausos de pie del auditorio. Me hizo pensar “El tipo es todo un rockstar, creo que estoy parado frente a una leyenda”. Nuevamente, esto no era más que el principio, pues ahora me adentraría por el pasillo de la fama del outdoors en México.
Durante días no hacía otra cosa que contarle a mis amigos y conocidos sobre las hazañas de Ricardo Torres Nava, pues, había conocido a un verdadero hombre de acción; qué fácil pudo haber sido interpretado por alguna estrella de Hollywood en los años ochenta.
Había llegado a ese punto en el que sentía que ya nada podría impresionarme en el mundo del outdoor, hasta que conocí a dos sujetos que van más allá de lo habitual: Tiny Almada y Lalo Urbina. Quizá los tipos más locos y extrovertidos con quienes he cruzado camino y quienes, hasta la fecha, me hacen pensar “¿Por qué?” cada que me cuentan una de sus anécdotas o planes futuros. Fue ahí que me di cuenta que aún seguía perdido en el fondo de este nuevo océano de aventuras, pero ahora tenía un nuevo objetivo de vida, descubrir la motivación y experimentar esa sensación que los hace dejarlo todo atrás con tal de estar más cerca del cielo.
El poder femenino no se quedó atrás, pues tuve la oportunidad de conocer a una de las mujeres que más he admirado en mis cortitos 25 años de vida: Elsa Ávila. Con Elsa no sólo mantengo una relación meramente laboral, sino una amistad que se forjó al convivir con ella y su esposo, lo que me permitió conocer no sólo sus magníficas historias, sino, darme cuenta que en este mundo la palabra “rendirse”, ¡no existe!
Podría continuar esta atípica crónica mencionando lo impresionado que me han dejado uno tras otro de los grandes atletas que he tenido el honor de conocer, tales como Ricardo Mejía, Héctor Ponce y Fabiola Pineda entre otros; pero tal vez sea momento de dar un salto (con cuerda de seguridad) hasta el momento en que decidí vivir en carne propia la sensación de tocar las nubes, o al menos, las luces del gimnasio de escalada.
Al ser yo, una persona que se sube a un banquito y se marea, en todo el sentido literal de la palabra, jamás en el figurativo, fue difícil animarme a enfrentar uno de mis grandes miedos, las alturas.
Después de una imaginaria secuencia de imágenes, en la que caliento y trato de escalar, pero me caigo una y otra vez al ritmo de “Eye of the tiger”, logré hacer cumbre en grados V3. “Nada mal para ser mi primer día” me repetía en mi cabeza una y otra vez para silenciar la voz que me decía “Estás loco, ya nos duele todo, no podrás levantarte mañana; mira tus manos, están más reventadas que un plástico de burbujas”.
He de confesar que solo volví al muro de escalada tres veces más desde ese entonces, pues sé que aún hay mucho camino por recorrer para adentrarme por completo a la psique de los atletas. Lo he intentado de muchas otras maneras, tanto platicando con quienes tengo contacto.
Mis redes sociales pasaron de tener únicamente amigos, compañeros de la universidad, tatuadores y gente aficionada al cine y a los videojuegos como yo, a estar repletas de gente que vive por la montaña, que vive para la aventura y que no dudaría un segundo en dejar todo en su vida con tal de recorrer el mundo para vencer a los gigantes de piedra que se posan poderosos e inmóviles frente a nuestros ojos.
Ha pasado ya un año desde que me convertí en un observador activo de este lugar, en el que la perseverancia, la amistad, los retos, la diversión, la aventura, el deseo de cuidar al planeta y el amor por la vida lo son todo.
Quizá mi misión es difundir lo que he aprendido en este trayecto, dado que las personas que me recibieron se han convertido en mis mentores fuera de un aula de clases. Siento esa necesidad de que todo mundo tenga la oportunidad de escuchar una conferencia en la cual un atleta demuestre que no hay límites para alcanzar los sueños.
Siento la necesidad de que mis más cercanos vean películas como “Dirtbag” o “The Dawn Wall” y se contagien de esa motivación para vencer los miedos y las palabras negativas de los demás y, que entiendan que la vida está llena de retos y sacrificios para encontrarse a sí mismos.
Sé que aún queda un largo camino por recorrer. Tal vez en un año me encuentre narrando mi primer viaje a una montaña o a una roca o tal vez haya logrado descubrir el combustible que transforma esa pequeña chispa de aventura en una gran llamarada que mantiene a toda esta gente tan activa durante horas, días e incluso semanas para alcanzar su objetivo.
Una llama interna que los hace llegar más allá que cualquier otra persona sin la ayuda de ninguna otra máquina que no sea su cuerpo, el cual físicamente se ve pequeño a comparación del muro al que se enfrenta, pero que al llegar a la cima, se convierte en algo más grande y poderoso, gracias a la montaña.