Reseña: el proyecto del highline Cordón Umbilical de 270 metros, que cruza el Xitle, en Ciudad de México, el más largo del país.
Por: Nicco Tiburcio
Crecer es casi siempre un proceso silencioso. Un día a la vez. Una progresión paulatina y cotidiana, inadvertida la mayor parte del tiempo. Detenerse un segundo a observar el camino recorrido resulta, por eso, una experiencia bastante sorprendente.
Al final sólo así, sólo en retrospectiva, es posible intuir la importancia de cada pequeño paso, el verdadero sentido y magnitud de lo que alguna vez pudo parecer insignificante. Así ha sido para nosotros, especialmente durante el último año.
«Si alguien me hubiera dicho hace un par de meses que en marzo de este año íbamos a montar el highline más largo de México, más de dos veces la distancia de nuestro récord personal anterior, probablemente me hubiera costado creerlo.»
La idea, por supuesto, había surgido desde antes. En verano del año pasado, después del Caminante del Cielo (uno de los festivales de slackline más grandes del país), fuimos a Sabanillas, Querétaro y junto con otros amigos provenientes de varios estados de la república, instalamos una línea de 130 metros de largo, en ese momento la distancia más ambiciosa para un equipo mexicano.
La triple cifra era ya bastante sorprendente pero seguía estando lejos de romper la marca nacional. En 2015 el equipo alemán One Inch Dreams había hecho una visita a México para montar en Sonora una línea de 250 metros de largo. Habían dejado la vara suficientemente alta. Pero –y como siempre pasa con las cosas que valen la pena- nosotros también teníamos ganas de más.
Casi en broma empezamos a hablar de romper la barrera de los 200 metros. Hasta se especuló sobre posibles lugares para hacerlo: Peña de Bernal, unos cenotes en Campeche, incluso en Potrero Chico. Nos limitaba, sin embargo, el equipo disponible. No teníamos ninguna línea de semejantes dimensiones y no parecía que pudiéramos conseguir una en nuestro futuro inmediato.
«Aún así, en la Ciudad de México poco a poco comenzamos a tomar el asunto con algo más de seriedad y decidimos hacer un fondo común para comprar lo necesario. La cosa empezaba a tomar forma, pero aún estaba muy lejos de volverse realidad.»
Después, en diciembre, vino el Potrero Up High 2, la segunda edición del primer festival de highline del país, y la cuestión volvió a resurgir. Otra vez hablamos de superar las dos centenas y, como habían venido amigos de Estados Unidos y Canadá con todo lo necesario para hacerlo, la cosa parecía que por fin se iba a materializar.
Pretendimos instalarlo, pero fallamos en el intento. El viento nos jugó en contra, en uno de los puntos de anclaje la roca dejaba mucho que desear, el acceso era bastante complicado, y la motivación de algunos miembros del equipo se vino abajo. Eventualmente abortamos la misión y nos resignamos a seguir soñando con lo que sin ser actual, seguía manteniéndose solamente como una posibilidad. Creo que varios de nosotros intuimos que estábamos desperdiciando una gran oportunidad: las líneas iban a estar aquí por poco tiempo y las estábamos dejando ir sin desplegar su potencial.
Pasó el tiempo y nos concentramos en desarrollar otras zonas, instalando highlines en lugares como Valle de Bravo, Huaca de Ocampo y Salazar. El 2018 empezó con otra misión fallida: un highline en Punta Cometa, Oaxaca, que no pudimos caminar porque las autoridades del lugar no lo permitieron.
«El sueño de la triple cifra seguía latente, pero lejano.»
En enero, sin embargo, todo cambió. Un amigo nos escribió planteándonos un nuevo proyecto: organizar la primera competencia de highline urbano del mundo. Parecía irreal. Varios de nosotros –yo antes que nadie- éramos muy escépticos de que algo así pudiera funcionar con tan poco tiempo de antelación: la fecha fijada era el diez de febrero, teníamos menos de un mes para sacar el evento adelante. Aún así decidimos asumir el reto.
Empezamos a trabajar en conjunto y poco a poco las cosas fueron cayendo en su lugar. El punto nodal, lo que lo cambió todo, fue el patrocinio de SlackHouse, una marca polaca de slacklines. Nos obsequiaron 150 metros de línea para la competencia y nosotros decidimos que era momento de invertir los fondos comunes para sumarle más metros al asunto.
«Así, sin siquiera sospecharlo, un día recibimos 300 metros de slack, listos para ser utilizados. Con eso, ya nada nos podía detener.»
Unas semanas después de la competencia decidimos que era momento de montar la bestia. Poco tiempo antes, algunos de nosotros habíamos ido al volcán del Xitle a buscar posibilidades para una línea de esas dimensiones. El lugar no podría haber sido más perfecto: estaba cerca de la ciudad, lo anclajes podían ser todos completamente naturales, las distancias eran una locura y la altura también. La instalación, además, se veía relativamente sencilla.
Teníamos, por fin, el equipo y la locación indicada. Faltaba solamente el compromiso y la decisión para hacerlo. No dejamos ni siquiera que terminara el mes de febrero: el jueves 22, Javier Castañón, Rosendo Cazarrubias, Anthony Hotte, Guillaume Fontaine, Tláloc Moctezuma, Priscila Cabrera, Robert Boulter y yo, Nicco Tiburcio, decidimos que era momento de romper la frontera de los 200 metros.
Llegamos temprano al lugar y comenzamos a preparar el equipo. Mientras algunos de nosotros encintábamos y dividíamos lo necesario para los anclajes, otros se encargaron de buscar los mejores puntos para la instalación. Cuando todo estuvo listo nos dividimos en tres grupos: dos para los anclajes y uno para pasar la cuerda guía (fundamental para pasar el highline de un lado a otro).
Lo más complicado, sin duda, fue jalar tantos metros de línea: primero un tramo de rafia, luego un coordino de 3mm, después una cuerda de 9 y, finalmente, dos slacklines unidos entre sí. Nuestras manos lo resintieron, pero después de varias horas lo posible se volvía realidad.
Una nota sobre el lugar. El volcán Xitle está al norte del Ajusco, en la Cuenca de México. De lejos parece un cerro achaparrado y sin mucho de particular, pocos creerían de buenas a primeras que en su seno alberga un cráter. Pero por dentro es una absoluta locura. La vista es espectacular: tanto dentro del cráter como hacia la ciudad. Su significado histórico, además, es digno de tener en cuenta. Se dice que su erupción causó las formaciones rocosas características del Pedregal de San Ángel, Ciudad Universitaria y Cuicuilco.
«Lo que hace del lugar uno muy emblemático para la urbe. ‘Xitle’ viene del náhuatl y significa ‘ombligo’. Nuestra cuerda, que atravesaba el cráter por la mitad, fue llamada por eso ‘Cordón Umbilical’.»
Decidir montar un nuevo highline es siempre una especie de apuesta: nunca estás completamente seguro de que vaya a ser posible hasta que la primera persona hace su ocho y se pone a caminar. La incertidumbre es siempre parte del juego: tal vez no se pueda hacer la conexión entre los puntos, tal vez no haya suficiente equipo para montar los anclajes de forma correcta, tal vez el clima obligue a abortar la misión. Durante todo el proceso asecha la sombra de lo inconcluso.
El truco es avanzar un paso a la vez, concentrándose en lo inmediato pero siempre planeando con antelación. La planeación previa es indispensable. Saber responder a las contingencias inmediatas, también. Pero instalar nuevos highlines, además, es siempre un trabajo en equipo.
«Cuando caminas quizá estas solo, pero detrás de cada paso está siempre el esfuerzo en conjunto.»
Un buen equipo, como el nuestro, es absolutamente fundamental para seguir creciendo. Así lo hicimos nosotros. Así logramos montar un highline de 270 metros de largo, actualmente el más largo del país.
No queda más que agradecer a todas esas personas que aportaron para hacer este proyecto realidad. Juntos logramos volver lo que alguna vez fueron solamente conversaciones fragmentarias y esporádicas, un acontecimiento genuino.
Sumando metros, cumplimos metas. Siempre esforzándonos por llegar, en el sentido más literal del término, cada vez más alto, cada vez más lejos.