Aleister Crowley, integrante de la 1ª expedición al K2, fue mucho más que un montañista. Hombre complejo y adelantado ideológicamente a su época.
El K2, también conocido como el monte Godwin-Austen o Chhogori, es conocida como “la montaña salvaje”. Elevándose abruptamente 8,611msnm por encima de la cordillera Karakoram a lo largo de la frontera entre Pakistán y China y golpeado por un clima atroz, esta montaña ha sido el desafío definitivo para los mejores alpinistas del mundo y el escenario trágico de muchas expediciones. En 2008, en el peor accidente de su historia, 11 escaladores murieron tratando de ascenderla.
Pero, remontándonos un poco en su historia alpina, aparece como protagonista un extraño hombre de nacionalidad inglesa: Aleister Crowley. No, Crowley no era del estilo de quienes conformaron la primera expedición que buscó un ascenso a un ochomil, como el caso de los británicos, casi todos científicos o políticos, Albert Mummery, Geoffrey Hastings y J. Norman Collie al Nanga Parbat en 1895.
Aleister Crowley era distinto. Ocultista, místico, alquimista, escritor, poeta, pintor y mago ceremonial inglés, fundó la filosofía religiosa de Thelema en donde la ley que regía era: “Haz tu voluntad”. Y además, ¿montañista? Sí, y no cualquier montañista.
Si bien el K2 había ya sido inspeccionado en 1856 por un grupo de investigación europeo, el primer intento serio fue realizado en 1902 a través de la Cresta Noreste. Oscar Eckenstein, Jules Jacot-Guillarmod, Heinrich Pfannl, Victor Wessely, Guy Knowles y sí, Aleister Crowley, conformaron el grupo.
La afirmación de Crowley “ni el hombre ni la bestia fueron heridos” destaca el espíritu pionero y la valentía del intento, así como la apasionada manera de entender el montañismo por parte del místico inglés.
Para muchos, Crowley fue un adelantado a su tiempo. Además de escribir novela, poesía y ensayo -sumando 80 libros-, compartiendo estudios con el gran poeta William Butler Yeats, así como de ser un viajero insaciable, residió en más de 20 ciudades del mundo, el inglés fue un gran defensor del erotismo, el sexo y las drogas. Un hippie, pero sesenta años antes del famoso movimiento iniciado en Estados Unidos.
A un mismo tiempo, Aleister defendió en su juventud el montañismo expedicionario, aventurero, peligroso, arriesgado. Le gustaba subir las montañas sin guía, en solitario o acompañado de su amigo Eckenstein. Probablemente en esas experiencias, como por ejemplo pasando 68 días en el K2 -un récord en aquella época-, sobreponiéndose incluso a los últimos síntomas de la malaria, el inglés llevó su cuerpo y mente a tal extremo, que el sentido de la vida cobró nuevos significados para él.
¿Un loco? Aleister se desarrolló en una escena cultural extrema donde dominaban las vanguardias, el desenfreno sexual, el ocultismo ferviente y sí, probablemente con ello se ganó el legado su reputación de satánico, sodomita y drogadicto. Pero también fue una celebridad, tuvo decenas de seguidores que le pagaban vicios y rituales. Fue, quizá, un hombre tan salvaje como el K2.
Pero su legado se extiende. La Gran Bestia 666, ascendió montañas, intentó el K2, descendiendo a las criptas egipcias más ocultas, se perdió en los bosques helenos en busca de cultos eleusinos. Crowley hizo de su vida un viaje místico que, como todo periplo de este tipo, no acabó con la muerte.
La primera expedición exitosa al K2 lo logró una italiana a través del Abruzzi Spur el 31 de julio de 1954. Fue dirigida por Ardito Desio, y los dos escaladores que llegaron a la cima fueron Lino Lacedelli y Achille Compagnoni.
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