Foto de portada: Crimp Films
English version below
Gracias, Brooke. Gracias por las enseñanzas, por los días en que Excalibur te hizo sentir pequeña y por los momentos en que, contra todo pronóstico, encontraste la manera de ser más grande que ella. Gracias por recordarnos que la escalada no se trata solo de grados, de récords o de nombres de rutas en guías, sino de esa conversación íntima entre la roca y quien decide desafiarla.
Al despertar hoy, leí tus palabras sobre esta ruta, sobre cómo te obligó a enfrentar tus miedos, a desprenderte de las expectativas y a alimentar cada pequeña chispa de creencia en ti misma. No solo estabas hablando de un proyecto personal, sino de algo mucho más universal. Porque lo que hiciste en ese desplome de cuarenta grados en Arco no es solo tuyo. Es de todas las mujeres que, antes que tú, se atrevieron a mirar una pared y decir: «Yo puedo», cuando el mundo les repetía «No».
Un logro personal que se convierte en colectivo
Dices que Excalibur te dio más de lo que le entregaste. Pero déjame decirte algo: lo mismo pasa con tu ascenso. Porque aunque lo encadenaste para ti, en silencio, entre sudor y piel rasgada, lo que nos dejas es infinitamente más grande. Nos das la prueba tangible de que los límites son maleables, de que la brecha entre lo que escalan hombres y mujeres no es una ley natural, sino una barrera mental que se desmorona con cada presa que agarramos.
Hace quince años, cuando empecé a escalar en España, las mujeres en los sectores eran una rareza. No porque no hubiera, sino porque muchas veces se las relegaba a un segundo plano. «Las chicas escalan bien… para ser chicas», era un comentario común. Pero allí estaban ellas, abriendo camino, demostrando que la roca no entiende de géneros, solo de coraje.
Y ahora, aquí estás tú. Encadenando Excalibur, el primer 9b+/5.15c femenino de la historia (tras los ascensos de Will Bosi y Stefano Ghisolfi), a solo un paso del 5.15d que hoy es el máximo grado encadenado por un hombre. No es casualidad. Es el resultado de una cadena de mujeres que, durante décadas, se negaron a aceptar que había cosas que no podían hacer.
Las que vinieron antes: una red inquebrantable
Lynn Hill fue parte del inicio. En 1991 escaló Masse Critique (5.14a) –Jean-Baptiste Tribout le dijo que ninguna mujer podría hacerlo–. Ella no solo la encadenó, sino que años después liberó The Nose en El Capitán, algo que ningún hombre había logrado en ese entonces. «No es un logro femenino, es un logro humano», dijo. Y tenía razón.
Después vinieron otras. Josune Bereziartu, rompiendo el techo del 5.14d con Bain de Sang en 2002. Charlotte Durif, que a los 15 años ya escalaba 8c+/5.14c. Ashima Shiraishi, redefiniendo lo que era posible para una adolescente. Margo Hayes, la primera en encadenar 5.15a con La Rambla en 2017. Laura Rogora, la escaladora con más novenos encadenados, ascendió Erebor 9b/+ en el 2021. Y ahora, tú.
Cada una de ellas tejía una red invisible, una telaraña de posibilidades que hoy nos sostiene a todas. Porque cuando una cae, otra está ahí para recogerla. Cuando una duda, hay otra que ya pasó por ahí y le susurra: «Sigue».
Lo que realmente nos deja tu ascenso
No es solo el grado. No es solo el número. Es la pregunta que nos obligas a hacernos: ¿Hasta dónde podemos llegar cuando dejamos de ponernos techos?
Porque si algo nos enseña la escalada, es que los límites rara vez están en la roca. Están en nuestra cabeza. En el «no puedo» que nos repiten hasta que lo creemos. En el «es demasiado difícil» que nos paraliza antes de intentarlo.
Tú, Brooke, acabas de demostrar que cuando callamos esas voces, cuando discutimos con la duda hasta que la duda misma empieza a titubear, todo es posible. Y eso no aplica solo a la escalada. Aplica a la vida. Aplica a cualquier cosa que nos propongamos.
La escalada como acto revolucionario
La escalada siempre ha sido, en el fondo, un deporte profundamente inclusivo. Porque en la roca no hay categorías. No hay «para mujeres» o «para hombres». Hay problemas. Hay movimientos. Hay soluciones. Y lo único que importa es quién está dispuesto a encontrarlas.
Tu ascenso nos recuerda eso. Que la brecha entre lo que pueden hacer hombres y mujeres en este deporte no es física, sino cultural. Que pronto veremos a una mujer encadenar 5.15d. Y cuando suceda, será porque tú y otras como tú decidieron no conformarse.
Lo que viene: un futuro sin límites
Ahora, cuando miro a las niñas que empiezan a escalar, veo algo distinto. Ya no hay esa mirada de «¿Podré algún día?», sino de «¿Cuándo será mi turno?». Porque tú, y todas las que vinieron antes, les mostraste que el camino ya está abierto. Que solo hay que caminarlo.
Así que, Brooke, aunque Excalibur fue tu batalla, tu victoria es de todas. Porque cada vez que una mujer mira una ruta difícil y piensa «¿Y por qué no?», ahí estás tú. Cada vez que alguien calla una voz que le dice «no podrás», ahí estás tú.
Gracias por eso. Por escalar no solo para ti, sino para todas las que vendrán después.
Reflexión final: Por qué importa lo que Brooke hizo
El ascenso de Brooke Raboutou no es solo un hito deportivo. Es un recordatorio de que el progreso no es lineal, sino colectivo. Que cada mujer que escala hoy lo hace sobre los hombros de las que abrieron el camino.
Y lo más importante: nos obliga a replantearnos qué es posible. Porque si una mujer puede encadenar 9b+/5.15c, ¿qué más estamos subestimando? ¿En qué otros aspectos de la vida nos hemos creído los límites que nos impusieron?
La escalada, al final, es solo un reflejo de la vida. Y lo que Brooke nos enseñó es que, cuando dejamos de creer en las barreras, estas empiezan a desvanecerse…
¿Cuál será tu Excalibur?
PD. Si conoces a Brooke, puedes compartirle esta carta.
English:
Thank you, Brooke. Thank you for the lessons—for the days when Excalibur made you feel small, and for the moments when, against all odds, you found a way to rise taller than ever. Thank you for reminding us that climbing isn’t just about grades, records, or names in guidebooks, but about that silent conversation between rock and the person daring to challenge it.
When I read your words about this route—how it forced you to confront fear, shed expectations, and nurture every flicker of self-belief—I felt you were speaking not just of a personal project, but of something universal. What you did on that 40-degree overhang in Arco isn’t yours alone. It belongs to every woman who ever looked at a wall and whispered “I can” while the world shouted “You can’t.”
A Personal Triumph That Became Collective
You say Excalibur gave you more than you gave it. But let me tell you: the same is true of your ascent. Because while you climbed it for yourself, in the quiet between sweat and split skin, what you’ve given us is infinitely larger. You’ve handed us proof that limits are malleable, that the gap between what men and women climb isn’t law—just a mental barrier crumbling hold by hold.
Fifteen years ago, when I started climbing in Spain, women at crags were a rarity. Not because they didn’t exist, but because they were often pushed to the margins. “She climbs well… for a girl” was a common refrain. Yet there they were: pioneers proving rock doesn’t care about gender, only courage.
And now, here you are. Sending Excalibur—the first female ascent of 9b+/5.15c (after Will Bosi and Stefano Ghisolfi)—just one grade shy of the current pinnacle (5.15d). This isn’t chance. It’s the result of decades of women refusing to accept “impossible.”
Those Who Came Before: An Unbreakable Web
Lynn Hill pioneered the way. In 1991, when she sent Masse Critique (8b+/5.14a), Jean-Baptiste Tribout claimed no woman could ever do it. She proved him wrong. Then, years later made history again by becoming the first person ever to climb The Nose on El Capitan (1993). No man had achieved this before her. «It’s not a women’s achievement; it’s a human achievement», she said. And she was right.
Others followed. Josune Bereziartu shattered the 9a/5.14d ceiling with Bain de Sang in 2002. Charlotte Durif, climbing 8c+/5.14c at 15. Ashima Shiraishi redefining teenage potential. Margo Hayes, first to claim 5.15a with La Rambla in 2017. Laura Rogora, the female climber with the most 9th-grade ascents, sent Erebor (9b/+ / 5.15b/c) in 2021. And now: you.
Each wove an invisible net of possibility. When one falls, another catches her. When doubt whispers, a voice answers: “Keep going.”
What Your Climb Truly Leaves Us
It’s not the grade. Not the number. It’s the question you force us to ask: How far can we go when we stop building ceilings for ourselves?
Because climbing teaches us this: limits rarely live in the rock. They live in our heads. In the “I can’t” we’re fed until we believe it. In the “too hard” that freezes us before we try.
You, Brooke, just proved that when we silence those voices—when we argue with doubt until doubt falters—anything is possible. And this truth doesn’t just apply to climbing. It applies to life. To everything we dare.
Climbing as Revolution
At its core, climbing has always been radically inclusive. Rock doesn’t categorize. There’s no “for women” or “for men.” Just problems. Moves. Solutions. And the will to find them.
Your ascent reminds us that the gap between what men and women climb isn’t physical—it’s cultural. That soon, very soon, we’ll see a woman send 5.15d. And when it happens, it’ll be because you and others like you refused to settle.
What Comes Next: A Future Without Limits
Now, when I watch girls at the crag, I see something different. No more “Will I ever?”—just “When will it be my turn?” Because you, and those before you, showed them the path is already open. They need only walk it.
So Brooke, while Excalibur was your battle, your victory belongs to all of us. Every time a woman eyes a hard line and thinks “Why not?”—you’re there. Every time someone mutes the voice saying “You won’t”—you’re there.
Thank you for that. For climbing not just for yourself, but for every woman who’ll follow.
Final Reflection: Why Brooke’s Climb Matters
Brooke Raboutou’s ascent isn’t just a sporting milestone. It’s proof that progress isn’t linear—it’s collective. Every woman who climbs today stands on the shoulders of those who paved the way.
And most crucially: it forces us to rethink what’s possible. If a woman can climb 9b+/5.15c, what else have we underestimated? Where else have we accepted false limits?
Climbing, after all, mirrors life. And what Brooke taught us is this: When we stop believing in barriers, they vanish.
What’s your Excalibur?
If you’d like to share this letter with Brooke, please do!