Intento siete
Durante una temporada de invierno de once fines de semana seguidos guiando analicé y pensé en el proyecto. No sirve el hielo, así que no tiene caso sufrir en lluvias. Es demasiado caliente. La roca es la opción correcta, pero si no hay hielo, bajan por ahí constantes caídas de piedra. Necesitamos la cantidad correcta de hielo para poder detener las piedras pero no tanta como para exponer las fisuras donde metemos las protecciones en la roca. Ese balance llegó con las nevadas de marzo. La siempre tardía temporada fría nevó el Izta y el calor contrastante de los días siguientes haría que el agua descendiera y se congelara en la pared durante la noche. Es ahora o nunca.
Esta vez y, con pocos días de anticipación, me coordiné con mi amigo y cordada José Cruz y Celis. La expectativa y emoción que demostraba al platicarle a mis amigos del proyecto hizo que se creara todo un mito alrededor de esta escalada. Para este fin de semana mis mejores amigos decidieron acompañar para dar apoyo y ánimos, solo que ellos llegarían a la cumbre por la ruta de Ayoloco. Siendo así, desde la madrugada en el refugio nos separaríamos y nos veríamos a la lejanía.
Debo ser sincero, para este momento el solo pensar en la escalada me hacía adentrarme en emociones fuertes, miedo y ansiedad. Era saber por seguro que estaría surfeando la línea del riesgo y que tendría que tomar decisiones que podrían embarcarme en situaciones de alto peligro. No compartí estas emociones más que a una persona en especial. Me puse mi música de motivación y salí acompañado de mis mejores amigos hasta el refugio de Ayoloco. El viaje fue un agasajo. Los nervios desaparecieron en la distracción de convivir con la gente que amo. Para las dos de la mañana estaba en calma y en paz. José siempre me transmite calma y concentración. Su papá, Miguel Cruz y Celis, un alpinista con años de trayectoria, nos acompañaría hasta la base de la rampa y se ofreció a cargar el pesado rack de cams que Rodolfo Villalon nos hizo favor de completar asegurándose que no nos faltara nada. Esa sensación de apoyo a mi idea, de sentirme acompañado, y protegido me llenaban de fuerza como nunca antes. Esta idea empezó siendo irreal, una locura personal y, ahora, tenía el respaldo de muchas personas que incitaban a que lo lográramos.
José me mantuvo un paso moderado para llegar con fuerzas de sobra. En el radio mis amigos se comunicaban constantemente y me llenaban de ánimos. Y entonces la hora de la verdad. Nos acercábamos esta vez con luz a una cascada inexistente. Solo estalactitas de hielo en el extra plomo y manchones de nieve en la canaleta que detenían algunas de las rocas que podrían caer.
Entré a la sección de roca mazapán, esta vez solo con uno o dos centímetros de hielo sobre la roca. Proteger era imposible y el estilo se volvió Dry/Mazapan Climbing. Esta vez no fue una escalada fácil. Delicadeza, buena técnica y concentración me fueron requeridas mientras subía. José buscaba otro paso por la roca seca y al final acabó a varios metros de distancia teniendo que hacer una travesía de terror en la cual decidimos quitarnos los crampones y usar la cuerda con métodos tradicionales a cuerpo.
La rampa de nieve sin crampones era una resbaladilla de hielo derretido hasta que nos posamos debajo de la sección donde antes había un candelabro. La falta de nieve nos hizo perder dos metros del nivel donde antes montábamos la reunión. Estos dos metros exponían roca podrida antes de llegar al slab de Javier y de poder alcanzar el primer clavo que habíamos abandonado antes. José no podía anclarse a nada para asegurarme y sobre las puntas de sus botas y manteniendo el equilibro me comenzó a asegurar. Mientras, sorteaba y probaba decenas de piedras que cada que agarraba me hacían la graciosa broma de desprenderse provocanco que por segundos mi corazón se parara. ¡Desprenderme con alguna de esas rocas significaba llevarme a José conmigo hasta piso!
Respiraba profundo, bloqueaba todas mis posiciones y probaba mas de tres veces cada agarre. Por fin alcancé a asegurar en el clavo, ¡paz mental! Después el slab y los movimientos técnicos de Javier me hicieron admirarlo aún mas. No recordaba que fueran tan difíciles y, entonces oí gritos y chiflidos. ¡Mis amigos estaban asomados desde las costillas del Izta, justo después de la Peña Ordoñez, observando a la distancia! Nuestras voces se distinguían fácilmente y mis gemidos de esfuerzo eran inconfundibles para ellos. Esta alegría me dio una sensación de nerviosismo. En un deporte donde nadie te aplaude, donde nadie te ve mas que tú mismo, por primera vez tenía foro y porra. Fue una sensación rara que me llevó a preocuparme porque esos ánimos podrían confundir mi criterio en cuanto a evaluar el rango de seguridad. Pero ya qué, ya estaba parado con las puntas de mis botas friccionando contra la piedra lisa y posando mis piolets en diminutos crimps y pockets. Alcancé el punto alto y guardé un piolet, me quité el guante y estiré hasta un crimp donde inicia el desplome. De ahí no sabia que hacer, estaba en la situación de aventar mi mano hacia afuera o de abandonar. Me tomé mi tiempo y analicé. Mi única opción: un fifi hook hasta un mini crimp helado y montar un pie en un estribo. Asi lo hice y la adrenalina de ver la roca pandear ante el peso de mi estribo me alocaron en gritos, fue una energía que contagió a mis amigos a la distancia que no paraban de animar, inclusive de cantarme canciones que saben que me motivan. Había tomado el agarre y mi cuerpo estaba por desbalancearse, así que instintivamente subí un hook de talón con mi pie izquierdo. ¡Si! Un hook con botas spantik a mas de 5mil metros de altura y 10 kilos de fierros en mi arnés. La última protección había quedado muy abajo así que era moverse o caer. Gritando de emoción me monté sobre la roca hasta poder empotrar mis dedos en una fisura de techo y colocar ambos pies sobre una pisadera de tamaño decente. Ahí por fin logré proteger y metí dos buenos cams. Respiré, me tomé unos segundos para recuperar el aire y exclamé por el radio:
– ¡Acabo de pasar el crux!
Después de oír gritos de emoción de mis amigos que me veían por primera y quizás única vez colgado en mi elemento, tuve que contemplar durante varios segundos qué pasaría después. Estaba de lado al top de las estalactitas de hielo y a punto de salir a la repisa. Toda la roca ahora estaba cubierta de hielo. Ni modo, a confiar en mis cams. Pedí a José que me tensará y me deje colgar. Así, con los pies entre la roca y el aire, el desafío fue ponerme los crampones.
Ya encramponado me dispuse a continuar sobre roca congelada hasta salir a una enorme repisa donde busqué por varios minutos cómo colocar una reunión a prueba de bombas para asegurar a José. 4 cams bastarían para evitar cualquier susto. José escaló e inclusive decotó mi crux. Es una máquina de fuerza que no cabe duda de que será uno de los alpinistas del futuro.
La siguiente pared a la repisa, desconocida hasta entonces, se mostraba enorme ante nosotros. Estaba podrida por todos sus lados y tenía solo manchones de humedad que mostraban donde en alguna temporada hubo hielo. Inmediatamente maquilamos una opción alterna: una chimenea a la derecha que salía a un pilar. Quizás sobre el pilar podríamos regresar a la línea original y evaluar ahí lo que sigue, por ahora era la única opción escalable. La chimenea era un 5.8 fácil de escalar pero sumamente podrido, en casi 30 metros solo dos protecciones cuidaban la caída. Ya arriba desprendí una enorme piedra que me dijeron después que retumbó por todo el valle del Ayoloco.
Desde arriba del pilar, ya en una cómoda posición y sentado, comencé a recuperar a José y sentí un golpe en mi cabeza que nubló mi visión, inmediatamente otro golpeó mi hombro y me hizo caer de espaladas. En mi mente estaba el pensamiento de no soltar la cuerda por nada del mundo, ya que hacerlo significaría dejar a José desprotegido. Para cuando pude abrir los ojos, un spindrift muy húmedo estaba cayendo sobre mi como granos de arena que se precipitaban por varios segundos. Después de eso, nada, el sol seguía brillando y José escalando. Ya sobre el pilar y esperando que este fuera el ultimo largo, efectúe una travesía para volver a la línea original. Ahí me incorpore a una pequeña cascada de hielo empapada y escurriendo. Una fácil y creativa cascada con pasos en mixto me sacó por fin al arenal del pecho. Jalé toda la cuerda que pude hasta anclarme a una enorme piedra sobre la arena.
Ya veía a la gente en la cumbre y comencé a recuperar a José. Por el radio mis amigos se comunicaban. Ellos ya estaban de vuelta abajo en el refugio y nos decían que podían vernos a la distancia saliendo de la pared. Sonreía y no sabía como digerir esa emoción. Cuando José llegó y caminamos los pocos pasos a la cumbre no podía entender que esta vez había llegado ahí por la mítica 10 de Mayo. Una “tutsi pop” para celebrar mi cumbre especial y la ansiedad de bajarme ya para llevarme el logro a casa. José fue una cordada perfecta, siempre sólido, nunca dudó de mí, siempre concentrado en lo que la escalada nos requería. Mis amigos y la gente que por fin me apoyó y motivó estaban en todos mis recuerdos dando vueltas en mi hipóxica cabeza.
Escalamos un terreno completamente diferente a través de la misma línea a la que alguna vez se le nombró 10 de Mayo, pero para mí, más que un logro de escalada, fue un proceso complejo e intrínseco que tuve que descifrar, analizar y probar con diferentes mentalidades, diferentes compañeros y diferentes circunstancias. Eso para mí, más que la escalada, es lo que hace a una ruta grande. Por esto le asigno el valor que tiene y es una emoción muy personal que comparto para la gente que decida que esta historia le puede servir.
Ahora tengo mis miras en los próximos proyectos, y espero que algún proceso para escalarlos sea tan complejo como este. Es el fracaso y la perseverancia lo que nos nutren en esta vida, no el éxito fácilmente obtenido.
Crédito fotos: Diego Montaño
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