Intento seis
Rápidamente me armé de valor para volver, era el ultimo fin de semana antes de mi expedición. El problema era encontrar a alguien que quisiera, a quien le moviera esto, que tuviera no solo las ganas sino la capacidad, alguien que pudiera escalar lo que quizás yo no. En mi reclutamiento solo recibí negativas y comentarios de que era imposible. En mi mente jamás me desanimó esto, ya había estado ahí, sabia que podía, solo necesitaba los ingredientes correctos.
Fue así como se sumaron a el esfuerzo dos de los integrantes de la “Línea Directa” un grupo de fuertísimos alpinistas de Guadalajara con quienes había tenido la fortuna de compartir ya algunas escaladas. Carlos Peteresen estaba ya en DF y Javier Torres tomó esa misma madrugada un vuelo y lo recogimos camino al Izta.
Subir y convivir con ellos fue toda una experiencia. Son gente llena de motivación, dedicación y capacidad. El camino al refugio fue una narrativa de experiencias ideas y mentalidad. Para el anochecer Carlos cedió al dolor de cabeza y estomago y decidió no acompañarnos en la madrugada. Javier y yo salimos, tomamos el nuevo acercamiento y en dos horas a paso de trail runner llegamos a la base. Sentí a Javier un poco escéptico al ver el proyecto. Quizás su trayectoria en el hielo perfecto de Ouray y el granito de los Alpes le dio la vuelta a la idea de lo que íbamos a escalar.
Subí en libre el primer largo sin preguntar y dos segundos después Javier estaba tras de mi con una mirada decidida. Esta vez la cascada estaba invertida, solo había una enorme estalagmita de hielo que no tocaba el top y que tenía constantes spindrifts. Decidí probar suerte. Di la espalda al hielo y comencé a ganar altura empujando como chimenea. La única fisura donde podía proteger era demasiado chica para cualquiera de mis cams y poco a poco la estalagmita de hielo empezaba a perder rigidez, así que decidí bajar y dejar que Javier propusiera una idea. Su visión lo llevó dos metros a la izquierda por un slab de roca plana y solida. Puso dos clavos con toda paciencia y con movimientos de escalada finos y limpios el maestro estaba mas arriba de lo que jamás había estado. Ahí encontramos el momento de la verdad. El extraplomo del que Fernando Tijerina me había hablado. Unos pocos metros a superar y podríamos alcanzar la repisa sobre el candelabro. A partir de esta parte todo sería desconocido y estaríamos embarcados en salir por arriba sin importar que terreno o condiciones llegáramos a encontrar.
Para pasar el techo, que es casi liso, había que hacer un ligero lance hasta alcanzar un agarre bueno a mano con guante o piolet en roca. Este movimiento hacia sentir que los pies volarían y la mente se desata: ¿cómo volar mis pies con botas y crampones a mas de 5mil metros?, ¿qué pasa si lo alcanzo y el agarre se rompe?, dado que casi todo se rompe ahí. Es aquí el punto donde debes de ser inteligente para interpretar la delgada línea entre empujar para lograr hacer una gran hazaña o desistir para preservar tu vida. Ese día al menos yo, insistí en desistir. El margen de seguridad era muy bajo. Caer ahí, sobre los pequeños clavos significaría un fuerte golpe o quizás caer hasta el piso ambos.
Javier abandonó clavos, stoppers y cintas para poder bajar de ahí. Llegamos al campamento felices por la nueva veta, pero la ansiedad crecía. La visión de Javier para superar esos primeros pasos fue como descubrir una puerta, solo habría que resolver el crux, ese último paso volado. Dudo que algo fuera mas difícil después.
Así me fui a Bolivia a escalar grandes paredes y hielo alpino. La experiencia ahí me motivó para seguir con el mundo vertical y pensar que cada vez me son más posibles estas escaladas.
Comentarios no permitidos.